lunes, 17 de noviembre de 2008

La leyenda del ‘68

Como todas las leyendas, la construida alrededor del movimiento estudiantil de 1968 tiene verdades y mentiras. Digamos que hay una varias interpretaciones de los hechos pero sobre todo una tendencia a oficializar, a manipular el acontecimiento con fines políticos.
El gobierno federal desde el sexenio pasado promueve la idea de que la represión en Tlatelolco es cosa del pasado y que hoy se vive en un clima de tolerancia y libertad.
Coincido con la idea de que el ’68 puede ser ubicado como parteaguas político institucional en la historia mexicana del siglo XX. No sólo porque la participación política sufrió un cambio cualitativo, en términos de su autonomía frente al Estado, de su concepción de poder, sino porque fructificó en el IFE, el IVAI, instituciones autónomas para fortalecer al ciudadano.
Lo irónico del asunto es que en nuestros días dichas instituciones son cuestionadas abiertamente por la sociedad; su relativa autonomía frente a los gobiernos estatales y su enorme costo les han restado legitimidad y credibilidad. Si a esto agregamos que los movimientos sociales han sido reprimidos recurrentemente y tratados como un problema de seguridad pública, el panorama no es muy alentador.
En este sentido, habrá que rescatar una de las piezas fundamentales del ’68: el compromiso por una participación autónoma, horizontal, que procura nuevas formas de organización y de acción política para que los ciudadanos intervengan en la definición y resolución de problemas en su comunidad o país. Una participación que haga contrapeso a los partidos políticos y la participación electoral, enriqueciendo la democracia. El ’68 se apartará de la leyenda en la medida en que sirva como inspiración para la acción; sólo así se convertirá en legado, en herencia viva.

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