jueves, 25 de noviembre de 2010

Saltar hacia el futuro

          Las fluctuaciones económicas son marejadas imprevisibles. América corre tras de su destino material. Lleva siglos así, casi siempre más en calidad de víctima que de beneficiaria… Sin duda, se veía forzada a ello por la coyuntura internacional. Pero cuando son muchos los que corren en cadena, dándose la mano, es un factor importante pertenecer al grupo de los que van en cabeza dirigiendo el movimiento, o por el contrario, estar entre los últimos, teniendo así que dar saltos prodigiosos para acoplarse al movimiento general. (F. Braudel. Las civilizaciones actúales.. México, 1991. cap. XX)

Uno de esos ‘saltos prodigiosos’ de México para mantenerse en el sistema mundo fue la política económica de Carlos Salinas que, a finales de los años ochenta, cristalizó en el llamado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que regula y condiciona la mayoría de las operaciones comerciales de la república mexicana con el mercado internacional. El argumento de aquellos años era precisamente que México no podía quedarse fuera de la globalización, que debía abrir sus mercados al mundo para aprovechar las oportunidades.

La apertura comercial fue la expresión más clara del creciente sometimiento de los intereses nacionales a las directrices de organismos internacionales, quienes nos exigieron y exigen el desmantelamiento de nuestras economías, una vez más, como condición indispensable para volver al crecimiento. Las consecuencias entre la población son ampliamente conocidas y documentadas por organismos naciones e internacionales, incluyendo a la ONU, quien a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reconoce las dimensiones del problema.

Se ha comentado mucho el éxito -relativo desde mi punto de vista- del gobierno de Lula en Brasil y del enorme crecimiento económico que ha experimentado en los últimos años. Al compararlo con la economía mexicana salta a la vista que la diferencia es importante, y que en parte puede ser explicada por la diversificación de los socios comerciales del país amazónico, donde Estados Unidos no ocupa el lugar principal por mucho. En cambio nosotros estamos atados a un barco que hace agua y gracias al TLCAN y al entreguismo de nuestros gobernantes el siguiente salto será hacia el abismo, procurando amortiguar la caída de nuestros ‘socios comerciales’.

A pesar de lo anterior, distinguidos intelectuales han montado una campaña nacional para promover la idea, entre otras, de que hay que profundizar nuestras relaciones con Estado Unidos, como la solución geopolítica, para construir un futuro para México. ¿Será que no ven los signos de la decadencia estadounidense? La reconfiguración del sistema mundo es un hecho social al que conviene tomar en cuenta a la hora de pensar en el futuro que queremos. El salto que conviene dar hoy es el que nos libere de la tutela estadounidense y nos integre a la posible nueva configuración del mundo, en lugar de insistir en mantener como estratégica una relación que ha cumplido su papel histórico y que pasará a la historia con sus aciertos y sus infamias. Habrá que mirar hacia otros horizontes, habrá saltar hacia el futuro.

jueves, 18 de noviembre de 2010

La herencia de la revolución mexicana

Los cien años del inicio del movimiento social conocido por la historia oficial como la revolución mexicana me obliga a reflexionar sobre su doble significado: la idea de el triunfo del nacionalismo y del estado de bienestar, piezas claves para renovar el rol económico subordinado, sobre todo de Estados Unidos; por el otro, la participación popular inscrita para siempre en la memoria colectiva de las mayorías.

El triunfo de la fracción constitucionalista significó el realineamiento del país en el sistema mundo, estableciendo una relación mucho más cercana con los vecinos del norte, que estaban cerca de convertirse en el estado hegemónico, lo que se tradujo en el paulatino sometimiento que ha desembocada en una franca anexión de hecho. Con ello se demostró que el nacionalismo fue una trampa ideológica para cohesionar el apoyo popular en torno a un proyecto elitista y excluyente, apoyado en un estado de bienestar que hoy es sólo un recuerdo. Por eso le resulta incómodo el festejo a Calderón y sus amigos pero a los priístas también se les indigesta, concentrados en mantener viva la herencia salinista, que declaró muerta a la revolución en aras de instaurar el neoliberalismo.

La desaparición del ejido, el apoyo a la educación privada en detrimento de la pública y la ofensiva despiadada contra los derechos de los trabajadores en las últimas tres décadas demuestran claramente que se ha dado vuelta a la página de la historia. Sin embargo, el estado no puede cancelar los festejos pues sería riesgoso ignorar el valor que la mayoría de la sociedad mexicana le atribuye al conflicto social, que provocó más de un millón de muertos. Lo festejan a regañadientes, tergiversando los hechos y tratando de manipular la memoria colectiva para eliminar la idea de que los movimientos sociales son el motor del cambio social, la expresión más acabada de las aspiraciones de las y los mexicanos.

Y es esa herencia la que quiero enfatizar aquí. El significado fundamental de la llamada revolución estriba en la certeza de que la participación política de las mayorías es fundamental para definir el rumbo de una república, para el mantenimiento de la salud pública. La división del norte y el zapatismo fueron la expresión más clara de los ideales populares y hoy representan el pilar de la memoria colectiva de este país.

Por lo tanto, conmemorar el centenario del alzamiento popular iniciado en 1910 tiene que colocar en el centro del análisis la intervención de los trabajadores del campo y la ciudad en la cosa pública, su derecho a tener derechos, sus aspiraciones de construir una sociedad más justa y humana. Reivindicar esa herencia es el mejor homenaje que le podemos hacer a todos los que participaron en la bola; manteniendo vivos sus ideales, sus convicciones podremos reconfigurar el destino de nuestra sociedad. De otro modo seguiremos a la deriva, amarrados al barco decadente de los Estados Unidos que nos llevará a olvidar quiénes somos y para donde queremos ir. Por eso este veinte de noviembre habrá que gritar con fuerza ¡Viva Emiliano Zapata! ¡Viva Francisco Villa!

jueves, 11 de noviembre de 2010

La violencia social en México. Causas y consecuencias II

La militarización impulsada por el gobierno de Calderón amplió la violencia social que sufrimos y tiene un doble propósito: mantener un clima de terror que facilite la embestida contra los derechos de los trabajadores y de la sociedad en su conjunto así como darle una razón de ser a su gestión. En todo caso, habrá que admitir que el hecho de que el ejército esté en las calles no es el origen de la violencia aunque es evidente que la ha magnificado.

Una segunda causa de la violencia es el debilitamiento de los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial lo que ha provocado que prefieran las soluciones de fuerza a la ampliación de consensos. En la medida en que el poder económico y político estadounidense decrece, sus dirigentes se ven obligados a echar mano de las armas para mantener su posición de privilegio. El anuncio de la instalación de siete bases militares en Colombia para contener las aspiraciones geopolíticas de Brasil y presionar a los gobiernos de Venezuela y Bolivia debe ser interpretado desde esa perspectiva. En el caso mexicano, el narcotráfico resulta un excelente pretexto para exigirle una mayor gasto militar (se ha duplicado en lo que va del sexenio de Calderón) pero también para que el Pentágono justifique el aumento de 12.2 millones de dólares en 2008 a 34 millones en 2010 entregados al gobierno mexicano para el combate del narcotráfico. Esto sin mencionar el contrabando al alza de armas, que aumenta las ganancias de los productores de armas y de paso incrementa la capacidad de fuego de los cárteles de las drogas. Las guerras son un gran negocio… para la industria del armamento, of course.

Las consecuencias económicas de la guerra civil que experimentamos saltan a la vista. A nadie se le ocurriría poner un negocio en Matamoros o ciudad Juárez y el pago de ‘impuestos’ vía extorsión disminuyen las ganancias de los empresarios, lo que se traduce en bajos índices de confianza de los inversionistas. Tal vez el único sector que se ve favorecido es el dedicado a la seguridad privada aunque no parece suficiente para impulsar el crecimiento económico.

En la esfera de la política, el debilitamiento de las instituciones del estado y su pérdida de legitimidad frente a la ciudadanía no parecen ser un mal menor, pues provocan la polarización de los actores políticos pero sobre todo por la pérdida paulatina del derecho a un trabajo bien remunerado, a recibir educación, salud, vivienda, etcétera. La desaparición de fuentes de trabajo por decreto o por quiebras amañadas son el pan de cada día y la protesta social es criminalizada en un contexto de violencia cotidiana.

La crisis sistémica de la economía mundial ha agudizado la violencia social que vive nuestro país pero nuestros gobernantes están más concentrados en seguir ofreciendo buenas condiciones para que las corporaciones internacionales sigan disfrutando de altos rendimientos. Militarizar el país parece ser la condición básica para que México continúe distinguiéndose por ser un paraíso para los inversionistas, aun a costa de la paz social y la calidad de vida de sus habitantes.

viernes, 5 de noviembre de 2010

La violencia social en México. Causas y consecuencias I

La entrega anterior me propuse abordar los problemas sociales a partir de una teoría que hiciera posible encontrar sus causas profundas, evitando así escribir por escribir, al calor de la coyuntura y sin ningún referente que escape a las opiniones cotidianas. Por lo tanto empezaré por reflexionar acerca de la idea de que la única manera de comprender los problemas de cualquier nación es comprendiendo la dinámica del mundo como un sistema, en el cual los países cumplen una función particular que está determinada por el sistema en su conjunto.

Por lo tanto si nos preguntamos, por ejemplo, las causas profundas la violencia social en que vivimos, de una guerra civil disfrazada de cruzada heroica, habrá que empezar por admitir que el problema tiene que ver con el lugar que México ocupa en el sistema mundo en el que vivimos. Y ese lugar no es otro que la periferia del sistema, lo que configura el problema de la violencia actual.

Como todos sabemos, nuestra economía está profundamente sometida a los intereses del centro del sistema y que está para subsidiar a las corporaciones internacionales y no para satisfacer las necesidades de su población, como lo dicen los gobernantes en turno. Ya nadie se acuerda pero la escuela de la dependencia, liderada por distinguidos economistas latinoamericanos, puso el dedo en la llaga al rebatir la peregrina idea de que si los países latinoamericanos hacían lo que en su momentos hicieron los Estados Unidos y Europa, llegaríamos al primer mundo sin problemas. Ruy Mauro Marini y otros dejaron claro que el subdesarrollo era el producto natural del desarrollo de los países del centro del sistema, por lo que pensar que el subdesarrollo se podía superar aplicando la receta de esos países no era un error era una estrategia ideológica para seguir sacándonos el jugo. Con esto no quiero sugerir que no hay nada que hacer en nuestro país para cambiar las cosas pues el problema está afuera y no adentro. Hay que descartar la idea de afuera y adentro pues los países y el mundo son una unidad por lo que no cabe la distinción.

¿Cuáles son las causas profundas de la violencia social que vivimos las y los mexicanos de hoy? En primer lugar, la enorme dependencia económica de México, materializada en el TLCAN, lo que ha empobrecido enormemente a la mayoría de la población. Pero además, el sometimiento económico ha generado un sometimiento político extraordinario, nunca visto en el país, ni siquiera en los tiempos de Miguel Alemán Valdéz o Mr. Amigo como le llamaban sus patrones. Este sometimiento ha conducido a nuestros gobernantes en turno a militarizar el país, siguiendo el experimento del Plan Colombia, que tan malos resultados ha tenido en ese país. Los únicos que ganan con el ejército en las calles son los fabricantes de armas y el Pentágono, que cada vez más se involucra directamente en labores de seguridad en nuestro país y de paso espía a medio mundo, tenga o no tenga que ver con actividades ilícitas, como un instrumento de control social, tan de moda desde la caída de la torres gemelas en Nueva York. Ampliaré el tema en la próxima entrega.