jueves, 28 de abril de 2011

Redefiniendo la política II

La idea de que la política se mueve entre la necesidad de que el gobernante sea un sabio que practica la virtud y, por el otro lado, la inevitable degradación humana que acarrea el detentar el poder, fue superada por Maquiavelo cuando definió a la política como el mantenimiento del poder, cueste lo que cueste. La misión de la política es conservar y acrecentar el poder, dejando de lado la necesidad de practicar una vida virtuosa o de las consecuencias morales de su práctica. El medio se convierte simplemente en el fin: la política sirve para que el poder se concentre, sea eficaz.
Sobra decir que la definición de la política de Maquiavelo es la dominante hasta la fecha. A los políticos de hoy se les alaba sobre todo por su capacidad para utilizar el poder en su provecho, para usufructuar la representación en beneficio de su carrera política. Nunca está demás agregar que al mismo tiempo puede lograr algunos beneficios para el interés privado de otros pero nada más. Este hecho se expresa claramente en la frase: roba pero salpica. O sea, hay gobernantes de dos tipos: los que usan el poder para promover exclusivamente sus intereses y los que lo hacen pero de vez en cuanto promueven los de otros, aunque éstos últimos no sean precisamente a los que dirige sus discursos y corteja con frases y gestos.
A final de cuentas, toda la teoría política gira alrededor del poder, de cómo lograrlo, de cómo usarlos, de sus fines, de los medios, pero al final siempre es el poder como fin y nunca como un medio. En nuestros días, la degradación de la política y sus actores privilegiados, los políticos, es cada vez más evidente y no parece haber solución al problema. Algunos se desgañitan diciendo que la política se ha pervertido, que la política debe ser purificada; otros que creen que el problema radica en cuestiones de transparencia, de mejores leyes, de educación y un largo etcétera. Sin embargo pocos plantean la idea de que la política no está en la práctica de las instituciones republicanas y democráticas; mas aún, que es la propia democracia la que legitima las prácticas corruptas y autoritarias de los gobernantes.
En este sentido no hay más remedio que aceptar que la política como concepto debe pensarse fuera del orden republicano liberal, que la redefinición de la política debe partir precisamente de trasladar su ejercicio fuera del estado y los gobiernos. Y es entonces cuando podemos empezar a darle un nuevo sentido al concepto, afirmando que la política no es el ejercicio del poder.
Esta definición parcial nos libera de relacionar a la política con los que detentan el poder, con su práctica en los gobiernos, en los partidos políticos, en los poderes del estado. Nos obliga a trasladar la política a la práctica cotidiana de los individuos, que por ese sólo hecho se convierten en sujetos políticos, en lugar de considerar sólo a los que detenta el poder como los políticos y a sus gobernados como simples objetos. Por más que nos digan que los gobernantes están para obedecer a los gobernados los hechos nos dicen lo contrario.
¿Cuáles serían las consecuencias prácticas en nuestras vidas como individuos de separar al poder de la política?

jueves, 21 de abril de 2011

Redefiniendo la política I

Los enormes cambios sociales que vivimos resultan difíciles de comprender con los conceptos y argumentos tradicionales, que han perdido su fuerza explicativa y sobre todo su capacidad para inspirar las acciones de los individuos. Más parece que las teorías tradicionales están para justificar la parálisis, la negligencia, la cobardía. Y mientras no nos atrevamos a poner todo de cabeza y empezar a repensar el mundo de hoy la debacle continuará sin remedio. Uno de los conceptos centrales que define la crisis de pensamiento es el de la política. Y hoy por hoy se mueve en un mar de contradicciones que contribuyen directamente a la confusión y la manipulación que nos rodea.

En un principio, Platón definió a la política como el espacio del pensamiento virtuoso por excelencia, en donde el filósofo rey se hacía obedecer gracias a sus amplios conocimientos sobre la vida buena, virtuosa. El perfil del gobernante debería descansar en el conocimiento, en la práctica de la virtud, por lo que sólo los sabios estaban preparados para gobernar. Aristóteles, continuando la obra de su maestro, afirmó que el arte supremo era la política y que su razón de ser se basaba en el interés público. Llegó incluso a definir al idiota como el individuo que ponía su interés particular por encima del interés público. Si Aristóteles viviera no le quedaría más remedio que constatar que el mundo de hoy es un mundo de idiotas famosos, reconocidos, alabados y por supuesto, votados.

Con la caída del mundo griego y el fortalecimiento de Roma las cosas dieron un vuelco espectacular en lo que a la definición de la política se refiere. Séneca, el famoso filósofo estoico y asesor del emperador Nerón, negaba que la política fuera el espacio de la virtud y no se cansaba de decir que el ejercicio de la política, envilecía al gobernante y al ser humano en general. Para Séneca, el ser humano debería poner más atención a los asuntos divinos, a su relación con dios, dejando de lado los asuntos terrenales. Testigo privilegiado de su tiempo y de la decadencia romana, difícilmente podía concebir a la política como el espacio virtuoso por antonomasia; pero al mismo tiempo fue de los primeros pensadores que concibió la igualdad humana universal. Decía que el ser humano tiene dos identidades: una referida a su espacio territorial cotidiano, a su lugar de nacimiento; la otra caracterizada por la universalidad de la especie, por su relación con humanidad.

Hoy por hoy, si usted le pregunta a cualquier persona acerca de la política muy probablemente se encontrará con que su percepción se mueve entre estas dos definiciones. Por un lado le responderá diciendo que la política corrompe, pervierte a cualquier ser humano. En el argot popular el equivalente sería la frase: se subió a un ladrillo y se mareó. Pero también es probable que la respuesta sea que el problema actual es que la política está en manos de ignorantes, de idiotas que no comprenden la superioridad del bien público sobre el privado. Si fueran educados y con amplios conocimientos otro gallo nos cantara. Como vemos, el concepto de la política no sirve más que para confundir y para manipular las opiniones pero para resolver problemas nada. ¿De dónde debemos partir entonces para darle un nuevo sentido a la política?

jueves, 7 de abril de 2011

Hay que cerrar Laguna Verde

La planta nuclear de Fukushima está perdida, la contaminación llegará a buena parte del hemisferio norte y el mar y tierra cercana a la planta presenta altos índices de radiactividad. A pesar de ello no parece que los que vivimos en Veracruz y cerca de Laguna Verde tengamos conciencia del riesgo en el que vivimos. La reacción del gobierno del estado tuvo como objetivo tranquilizar a la población pero nada más. Interesante hubiera sido que el gobernador solicitara un estudio independiente para demostrarle a sus gobernados que la planta es segura, pero eso es pedirle peras al olmo.

Según datos proporcionados por Greenpeace –la organización ambientalista internacional más visible en le mundo accidental- la planta nuclear de Laguna Verde proporciona el 3% de la energía eléctrica que se consume en nuestro país, agregando además que el hecho de que hay un excedente de este tipo de energía de más de 40%. Entonces no puedo dejar de preguntarme ¿A quien beneficia Laguna Verde?

Pero la verdadera cuestión aquí es si estamos dispuestos a pagar el costo de un probable accidente a cambio de tener el privilegio de producir una mínima parte de nuestras necesidades energéticas. O sea, a poner en riesgo a lo que más queremos y por lo que vivimos en este mundo, nuestros hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos por un plato de lentejas.

En este contexto no sorprende que un grupo de mujeres lleve años denunciando la alta probabilidad de un accidente nuclear en Laguna Verde. Organizadas en el Grupo Antinuclear de Madres Veracruzanas tienen como objetivo el cierre de la planta en Laguna Verde. A lo largo de más de una década han recopilado información relevante que ha sido interpretada por organismos internacionales especializados en energía nuclear y el resultado no se puede ignorar: la seguridad en la planta es mala. En 1999 el gobierno mexicano solicitó un informe a la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO) de la planta nuclear de Laguna Verde. El informe de WANO determinó que la calificación era de 4 (donde 1 es excelente y 5 es pésimo) y sugirió una serie de acciones para mejorar su calificación pero no se hizo nada.

Fue de tal magnitud la presión social que en marzo de 2005 se reportó en la prensa nacional que se habían iniciado el desmantelamiento de la planta nuclear pero una vez más nada sucedió. Por todo lo anterior debemos reflexionar seriamente sobre lo que debemos hacer como ciudadanos responsables y con poca confianza en nuestros gobernantes. No serán estos últimos los que tomen la decisión, sumidos en la parálisis, la corrupción y la simulación.

La responsabilidad es nuestra, de la ciudadanía, que es la que más tiene que perder en un escenario como el japonés. Es nuestra obligación empezar a presionar al estado federal y estatal para que desmantelen los reactores nucleares –que tienen casi cuarenta años de vida. No hay que olvidar que todo lo que puede fallar… seguramente fallará, está en su naturaleza. ¿Seguiremos esperando pasivamente que las probabilidades hagan su trabajo o tomaremos cartas en el asunto?