sábado, 19 de julio de 2008

De monopolios y filantropía

Si se quisiera ubicar un momento simbólico en que el neoliberalismo y sus recetas empezaron a formar parte de nuestra vida cotidiana, no vacilaría en señalar a la fecha en que el gobierno federal vendió Telmex por una bicoca. A partir de entonces todo empezó a cambiar pero el servicio telefónico no mejoró sino que se monopolizó, con las consecuencias típicas del caso. La empresa con más quejas en la PROFECO es, adivine usted, Teléfonos de México.
Viene a cuento lo anterior porque a partir del fin de semana pasado usted podrá, finalmente, ser dueño del número telefónico de su celular, acabando así con la posición de fuerza de Telcel, hermanita de Telmex, en lo relativo a que si usted quería cambiar de compañía tenía que cambiar de número.
Sin embargo las prácticas monopólicas siguen dando fruto. O de que otra manera llamar al cobro de roaming. Imagine que un xalapeño se encuentra en Puebla y decide comunicarse con su primo que anda de vacaciones en el puerto pero reside en Xalapa. Pues nada que primero a usted le cobran por hacer una llamada fuera de su región; súmele la larga distancia que le cobrarían aunque la hiciera desde Xalapa; y luego le van a cobrar a su primo porque se encuentra también fuera de su región. O sea por una llamada la compañía cobra tres veces. Sobra preguntarse porque Carlos Slim es de los más ricos del mundo. En otros países, por ejemplo, Estados Unidos o España ésa llamada le hubiera costado lo mismo que una local. Pero como México no hay dos… para robar ‘legalmente’.
Sin duda que esas tarifas inciden negativamente en el desarrollo económico de México porque inhiben la comunicación encareciéndola.
Pero su verdadero impacto recae sobre la autoestima de la ciudadanía pues frente al robo sistemático no falta quien diga que nos lo merecemos. ¡Quién nos manda vivir en México! Y para colmo y con el objetivo de mejorar su imagen, el dueño de Telmex se las da de filántropo, apoyando campañas para mejorar el nivel de vida de los niños pobres, los indígenas, etc. O peor aun, se da el lujo de ofrecer soluciones a la crisis económica o apadrinar pactos entre políticos para convertirnos en un país de primer mundo, criticando la política económica del Estado, que, coincidentemente, es la que le permite arrasar con la competencia y seguir ofreciendo un servicio mediocre y caro. Pero ¿acaso es posible enriquecerse sin atropellar a los demás?

Un mundo nos vigila

Una de las lecturas que más me impresionó en mis años de estudiante universitario fue la novela de ciencia ficción 1984, escrita por George Orwell. El argumento es sencillo pero escalofriante: la autonomía del individuo es un peligro para la sociedad y por lo tanto debe ser erradicada. Para ello, el Estado construye un sistema de vigilancia tan poderoso que no hay lugar en el que alguien pueda tener un momento de intimidad. El Big Brother lo ve todo; no sólo lo que haces sino lo que piensas, supervisando cada momento de la cotidianidad. Sin embargo, no faltó alguien que intentara burlar la vigilancia pero al final es atrapado, pero no eliminado. Para el Estado era importante reformarlo y reintegrarlo al seno de la sociedad, convirtiéndolo en una muestra de su poder.
Quien iba a pensar que los temores expresados en la novela cobraran vida veinte años después. ¿No se siente usted vigilado? Y no lo digo por los retenes militares o los operativos de seguridad. Pero veamos. Si en su lugar de trabajo usted tiene una computadora que pertenece a una red interna, tenga por seguro que los administradores de dicha red pueden monitorear los lugares que visita y los correos que envía. Si la computadora está en su casa, habrá alguien que pueda saber que cosas compra y cuales son sus preferencias de todo tipo. Incluso si se le ocurre mandar un correo a su compadre que vive en los Estados Unidos y escribe la palabra bomba o jihad, automáticamente el FBI lo pondrá en la lista negra y sus correos serán monitoreados con la sospecha de que simpatiza con el terrorismo internacional.
Si sale a la calle tendrá que tomar en cuenta que en algunas ciudades funcionan cámaras en cruceros y parques, para mantener a raya a la delincuencia y a todo el que se atreva romper con las buenas costumbres o con el reglamento de tránsito. Pero el colmo es que hoy, desde un satélite, puedan tomarle fotos esté donde esté. Y si no me cree pregúntele a los miembros de las FARC, que primero fueron bombardeados con precisión quirúrgica y luego les siguieron los pasos en la selva colombiana para rescatar a Ingrid Betancourt.
Después de eso ¿Quién puede negar que Orwell se adelantó a su tiempo, más como profeta que como escritor? No hay para donde correr, no hay donde esconderse. Así que será mejor que estemos preparados, porque como diría un antiguo locutor: Un mundo nos vigila… y no precisamente con las mejores intenciones.