jueves, 20 de enero de 2011

Votos y racismo

La polarización social en los Estados Unidos ha venido creciendo como consecuencia de los problemas económicos que han enfrentado desde los años setenta pero que se agudizaron con el crack de 2009. Al igual que los sucesos del 11 de septiembre en Nueva York, la quiebra detonada por la caída del mercado inmobiliario demostró que el sueño había acabado, que su lugar privilegiado en el sistema mundial empezaba a ser cosa del pasado.

La respuesta del estado fue previsible en su determinación de atacar el problema saneando a los bancos con dinero público y dejando en la indefensión a los deudores de la banca. Cientos de miles de personas perdieron su casa y el gobierno no hizo nada. Un FOBAPROA, pero en el corazón del sistema, provocó una crispación política que se materializó en los incendiarios discursos de los líderes políticos y también por las acciones de ciudadanos integrados a sectas políticas con una carga racista y discriminatoria cada vez más audaz.

La matanza de Arizona se inscribe en este contexto de crisis económica y agudización del conflicto político, lo que se refleja en acciones extra institucionales, violatorias del derecho a la vida y de la tolerancia. La tragedia se distingue de las acciones xenófobas cotidianas porque estuvo dirigida contra los políticos institucionales críticos de las reformas antiinmigrantes. La representante demócrata de Arizona en el congreso de Arizona, Gabrielle Giffords, había denunciado meses atrás la existencia de un mapa de ‘blancos electorales’ divulgado por Sarah Palin -figura prominente en el grupo ultra conservador Tea Party- en donde pedía a sus seguidores apuntar contra los congresistas opositores. El mapa fue retirado de la página web después de la matanza, claro, lo que demuestra que establecieron su relación con la matanza.

Las investigaciones apuntan cada vez más a considerar que el hecho fue planeado y que su ejecutor tenía relación con los grupos ultraconservadores. Esto demuestra que los discursos supremacistas pueden ser muy efectivos para ganar votos en las elecciones pero tiene un costo social innegable. No creo que los notables del Tea Party lo ignoren. Tal vez por ello sus declaraciones posteriores a la matanza no convencieron a nadie. En todo caso, la estrategia discursiva ultraconservadora probó ser eficaz y no creo que vayan a dejar de utilizarla. Muchos votantes expresarán su descontento castigando a los candidatos que son señalados por sus simpatías con los migrantes pero eso difícilmente hará que la economía mejore.

Todo lo anterior puede reducirse a discutir si la libertad de expresión es absoluta o si debe considerar las consecuencias de legalizar expresiones y manifestaciones que atentan contra la propia sociedad. ¿Estará la libertad de expresión por encima de la sociedad? No lo creo pero parece que los vecinos del norte tendrán que pensar en eso. Las libertades absolutas no existen en las sociedades contemporáneas y a final de cuentas su fin último es permanecer vivas, nada está por encima de éste principio. Permitir los discursos de odio en nombre del respeto a una libertad cívica es no comprender que la libertad de expresión está para mantener viva a la sociedad y no para pervertirla, para aniquilarla.

jueves, 13 de enero de 2011

¿Qué cambiar o cómo cambiar?

La revolución francesa tiene su lugar en la historia no por haber derrocado a la monarquía, cosa que ya habían hecho los ingleses más de un siglo antes, sino por definir de una vez y para siempre que las sociedades cambian, que lo único que no cambia es precisamente el cambio social. Por muchos siglos se insistió en las verdades eternas como ancla para la vida social pero a finales del siglo dieciocho tanto gobernantes como gobernados aceptaron al cambio como parte consustancial de las sociedades.

Este hecho tuvo consecuencias enormes en todos los campos de la vida humana. Me interesa destacar aquí el surgimiento de las ideologías, las cuales se construyeron a partir de su interpretación del cambio. El conservadurismo, el liberalismo y el marxismo representan sin duda las ideologías principales del siglo XIX y XX. En torno a ellas se dio toda la discusión con respecto a las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales y el lugar del estado en este contexto.

El conservadurismo es la más antigua de todas las ideologías y define a la tradición como su valor fundamental. Es la familia, junto con el respeto a la autoridad, los pilares sobre los que descansa toda la construcción ideológica conservadora. Considera al cambio como una amenaza a la existencia misma de la sociedad por lo que se opone regularmente a la discusión sobre la administración de los cambios, a las reformas y las transiciones.

El control del cambio es la base de la ideología liberal, la cual podría sintetizarse en la frase: cambiar para permanecer. El gatopardismo es plenamente liberal pues en lugar de oponerse al cambio procura montarse en él para dirigirlo y ‘administrarlo’. Y es aquí donde radica precisamente la diferencia con el marxismo, pues si bien comparte la idea con el liberalismos de que el cambio es el componente esencial de la dinámica social, considera que los cambios deben darse de manera repentina, brusca, evitándose así el reformismo que siempre coloca el ideal social en el futuro.

El temor a los cambios repentinos por parte de las instituciones, el estado y la clase dominante es comprensible pues es ése momento en el que pierden su capacidad para definir y controlar el cambio, lo que los expone a perder su privilegiado lugar en la sociedad. Las ideologías están hoy más vivas que nunca por el simpe hecho de que vivimos una coyuntura estructural que nos obliga a elegir en un mundo en constante transformación. Sin ellas sería difícil abordar los problemas que nos ahogan. Habrá que ponerse a pensar en el camino que queremos como sociedades. Y para ello es mejor empezar a pensar cómo surgirán los cambios en lugar de estar pensando en cuáles serán.

domingo, 9 de enero de 2011

Evo Morales, Marcelo Ebrard y los gobierno fuertes

El gasolinazo en Bolivia enfrentó fuertes movilizaciones por parte de amplios sectores de las organizaciones sociales y políticas, al grado de que Evo Morales tuvo que invalidar el decreto que casi duplicó el precio de los hidrocarburos. El argumento que utilizó el gobierno para justificar el aumento fue que el contrabando hacia los países limítrofes, sobre todo Perú, florecía gracias a las diferencias de precios. Pero además los voceros afirmaron que el subsidio a las gasolinas podría ser utilizado en inversión social, cosa que me recordó a los políticos mexicanos, en lugar de favorecer a los dueños de autos y empresas de transporte.

Lo interesante del hecho fue que la respuesta de la ciudadanía organizada fue contundente pero sobre que fue escuchada. Al derogar el aumento el gobierno boliviano demostró que no teme la crítica y en lugar de presentar justificaciones técnicas -al estilo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional- actuó en consecuencia. Este tipo de acciones gubernamentales no se ven muy seguido en el mundo que vivimos. Por el contrario, aun en los países mejor colocados en el sistema mundo, los gobiernos y sus líderes se ufanan de aplicar los aumentos con lujo de violencia o los recortes como los casos recientes de Inglaterra, Francia e Italia. No se diga aquí en México, donde el presidenciable Marcelo Ebrard no le tiembla la mano para sacar a los granaderos y hacer cumplir la ley (o sea su voluntad).

La lectura habitual hecha por un observador improvisado de la marcha atrás de los aumentos por parte del gobierno de Evo Morales se apuraría a decretar su debilidad evidente ya que no pudo hacer entrar en razón a sus gobernados. La razón de estado es el bien supremo en política por la sencilla razón de que siempre coincide con los intereses de los dueños del dinero. Imponerla se convierte en el mantra de nuestros gobiernos aunque se desgañiten afirmando que es el pueblo y su bienestar el fin último de sus desvelos.

El error de Evo fue no consensar primero el aumento entre la ciudadanía organizada, tratando de incorporarla en la toma de decisiones, sino que se aventó como Fox cuando intentó construir el aeropuerto en las tierras de San Salvador Atenco, siguiendo la frase: el que pega primero pega dos veces. Lo mismo hizo Ebrard con la supervía, lo que demuestra su debilidad frente a los dueños del dinero, las empresas que se llevaron los contratos y todos los desarrolladores inmobiliarios de Santa Fe.

La fortaleza de los gobernantes radica precisamente en su cercanía con los ciudadanos, en evitar el cínico argumento tan de moda en nuestro país: ni los veo ni los oigo. El gobierno de Evo Morales deberá aprender de esta amarga lección pero de entrada ha tomado una medida valiente y consistente con su discurso y su proyecto para Bolivia. Y consciente de la necesidad de abrir la participación política de las y los bolivianos convocó a un debate nacional para hacer frente al problema del precio de los combustibles.

Los gobiernos deben estar abiertos a la crítica y dispuestos a enmendar errores, considerando a la participación popular en las decisiones económicas como un síntoma de fortaleza y no de debilidad. Los ciudadanos debemos estar conscientes de nuestras obligaciones y recordarles de vez en cuando a nuestros mandatarios que están ahí para ejecutar un mandato y no para inventárselo a contentillo. No queda más que agradecerle al pueblo boliviano que nos lo haya recordado.