jueves, 1 de octubre de 2009

La administración del caos y la angustia social, signos de nuestro tiempo.

Los acontecimientos recientes en el aeropuerto internacional y el metro Balderas en el Distrito Federal son producto de la desesperación y la angustia provocada por la parálisis o negligencia de los gobiernos del mundo, frente a los grandes problemas sociales contemporáneos.

El intenso bombardeo de información, a través de los medios de comunicación, con temas como el calentamiento global, la violencia, el hambre y la marginación, las epidemias y las guerras están generando una tremenda carga de angustia entre la población. La parálisis o negligencia de los gobiernos en turno provoca que las personas realicen acciones desesperadas para llamar la atención de sus representantes para tratar de motivarlas a hacer su trabajo.

Las coincidencias entre estos dos casos son evidentes a primera vista. El presunto secuestrador del avión tenía como objetivo hablar con el presidente Calderón para hacerle llegar un mensaje divino; la balacera en el metro Balderas tenía el mismo objetivo, inspirado en una revelación también venida del cielo. Sobra decir que cuando los poderes terrenales no son capaces de ofrecer un mínimo de tranquilidad a su población, ésta se ve obligada a redirigir sus esperanzas al reino de los cielos, con todas las consecuencias que podría acarrear algo como eso.

La reacciones del gobierno federal y de la ciudad de México fueron, por decir lo menos, oportunistas. Al policía asesinado se le rindieron honores de héroe y a la familia del albañil se le prometió el oro y el moro, a manera de compensación. Pero tanto uno como otro comparten la idea de deslindar dichos acontecimientos de la coyuntura que vivimos. El propio secretario de Gobernación fue explícito al apresurarse a declarar que las emergencias no tenían nada que ver con lo que está pasando en México.

Pero la percepción de la ciudadanía va en el sentido contrario. Para ella es innegable que la desesperación está tocando a su puerta mientras que las instituciones políticas y sociales están mirando para otro lado. Las consecuencias, por el momento, se limitan a acciones aisladas que no ponen en riesgo el sistema dominante. Sin embargo, demuestran claramente que el debilitamiento de la soberanía de los estados nacionales está creciendo y que la percepción de la población acerca de sus instituciones se mueve entre el escepticismo y el cinismo, no teniendo más opción que la esperanza del favor divino.

Esto no le conviene a nadie pero no se ve que las cosas vayan a cambiar a corto plazo. ¿Cuántos asesinatos y secuestros harán falta para que los gobiernos reaccionen? Peor aún ¿Será que todavía tienen la capacidad para reaccionar? En mi humilde opinión, no estamos frente a un estado fallido sino frente a un estado que apuesta a la administración del caos como la mejor manera de seguir favoreciendo los intereses de unos cuantos. Pero en uno de esas…

No hay comentarios: