jueves, 1 de octubre de 2009

La hora de Latinoamérica

La política exterior del gobierno de los Estados Unidos hacia Latinoamérica es bastante simple: reforzar la ocupación militar para asegurar su control como última trinchera frente a su evidente decadencia. Su derrota en Vietnam provocó que los estrategas yanquis miraran con mayor detenimiento al sur del Rio Bravo. Después de todo su fracaso en oriente marcó los límites de su poder militar en el mundo. No en balde China es hoy un fuerte candidato para colocarse en el lugar que están desocupando nuestros vecinos.

El anuncio que hiciera el presidente Uribe de la eventual construcción de siete bases militares en suelo colombiano ha levantado una ola de protestas entre los gobiernos sudamericanos y parte de sus sociedades. Los argumentos giran alrededor de la sospecha de que las intenciones del ejército estadounidense tienen más que ver con el control de los recursos naturales de la Amazonia y la ventaja estratégica militar para instrumentar una invasión a cualquier país latinoamericano, que con una supuesta lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.

Dado el historial en las relaciones entre los Estados Unidos y Latinoamérica no parece descabellado pensar en futuras invasiones, menos sutiles que en Honduras, para meter en cintura al valiente que quiera disputarle sus privilegios en la región. Sobre todo si controla cada vez menos el resto del mundo y si además su control económico se debilita. Prueba de ello es el caso de Brasil, que no depende ni de cerca del mercado estadounidense y más bien estrecha cada vez más sus relaciones con China y la Unión Europea, así como con sus vecinos.

Es por eso que frente a su acusada debilidad económica, Barack Obama no duda en continuar los planes militares de baby Bush para detener la caída hasta donde se pueda, agarrándose del que tiene más cerca. Aquí lo que está en juego es la posibilidad de que los países latinoamericanos se liberen de su condición de colonia yanqui para mejorar las condiciones de vida de sus integrantes; y de paso dándole el último empujoncito al imperio para que se baje del macho. En caso contrario nos degradaremos como sociedades, al ritmo de la decadencia de los que fueron amos del mundo y de vez en cuando recordaremos que tuvimos la oportunidad de cambiar la historia pero que la dejamos ir por miedo, si, por miedo de asumir la responsabilidad de decidir nuestro destino.

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