Una vez examinados algunos de los detalles del argumento inicial en la
entrega anterior me gustaría abordar un segundo argumento, que está relacionado
con lo que había señalado antes en términos de inversión y educación.
A diferencia de las instituciones privadas, las públicas se
caracterizan por su gratuidad en términos de cuotas o colegiaturas. Este hecho
-puesto en duda en los últimos años, sobre todo en las universidades mexicanas-
representa otro elemento necesario para contestar a la pregunta de este ensayo.
Desde la idea de la importancia de reconocer a la educación como un problema de
carácter público, la gratuidad de la educación pública se basa en el principio
de que no son los individuos los más beneficiados al adquirir conocimientos
sino la sociedad en su conjunto. En este sentido, no es el individuo el que
invierte sino la sociedad, ya que será ella la principal beneficiada al contar
con ciudadanos y ciudadanas preparadas para atender los conflictos sociales y
económicos de un país.
El Estado, al invertir en la educación, promueve el enriquecimiento de
la Nación y su capacidad para enfrentar los cambios que impone el mundo en el
que vivimos. Para ello es necesario que el estudiantado no conciba a la
educación como una inversión personal sino social. De este modo, el
profesionista se incorpora al mercado laboral
pensando en que cómo retribuir a la sociedad, más que en cómo recuperar
lo que gastó en su educación. Esta pequeña diferencia es, en mi opinión, en la
que descansa uno de los más fuertes argumentos a favor de la educación pública:
en lugar de salir a trabajar buscando cómo cobrarse, el individuo se incorpora
a la sociedad pensando en que cómo retribuir, para quedar a mano con la
sociedad que le concedió el privilegio de una educación universitaria. Es
evidente que éste profesionista no se olvida de sí mismo y de sus necesidades,
pero al sentir que está en deuda, por la educación que recibió, tendrá una
visión más humana y social de su vida profesional y de su relación con la
sociedad en la que vive.
Independientemente de la posición que se defienda de algo estoy
seguro: el papel de la educación en las sociedades humanas es fundamental. En
consecuencia es necesario abrir la discusión, involucrando a todos los actores
sociales, para definir los objetivos de la educación y de la Nación, desde una
perspectiva común, social, incluyente. Defender la educación pública consiste
precisamente en evitar la exclusión desde una perspectiva familiar o religiosa,
situando el problema en el espacio público y partiendo de la idea de una
educación ajena a prejuicios y falsedades disfrazadas de sentido común.
Por eso, al preguntarnos ¿Por qué defender a la educación pública?
habría que poner en la balanza los beneficios de la educación desde la
perspectiva de las necesidades individuales o colectivas y plantear otra
pregunta: ¿A qué clase de sociedad aspiramos? Al responderla estaremos en mejor
posición para comprender la magnitud del problema.
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