miércoles, 4 de junio de 2008

Gloria Trevi y los políticos.

Los años noventa presenciaron el surgimiento de una joven irreverente que cautivó no sólo al público infantil sino también a adolescentes y adultos. La imagen de la niña-mujer, que cantaba a los cuatro vientos su insatisfacción por vivir en una sociedad machista, la convirtió en un ícono feminista que desafiaba al autoritarismo y la mojigatería predominante. Cantaba cosas como “Me gusta todo, /lo que sea sincero /yo soy real, /y no tengo reverso /A mi gusta, /andar de pelo suelto /aunque me digan, /que hasta barro el suelo.
Sin embargo, su relación con Sergio Andrade, su productor, salió a la luz y comenzó una odisea que acabó en la cárcel. La chica independiente y contestaria resultó ser la reina de una harém -regenteado por un tirano que controlaba cada aspecto de sus vidas. La contradicción era evidente y hasta chocante. En ese momento nadie pensaba que Gloria Trevi volvería a cantar pero.... salió libre y volvió a la industria del espectáculo.
Para volver a la farándula tuvo que reconvertir su imagen a partir de una serie de elementos que combinan su pasado y su presente. Pasó de heroína infantil a promotora de la diversidad sexual, cosa resulta muy atractiva para el mercado musical, que busca explotar cualquier cosa con tal de ganar dinero
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la política? Bueno, guardadas las distancias, los políticos también suelen resurgir de las cenizas para reconvertirse y volver al poder. Las campañas políticas han dejado de ser un espacio para la promoción de las ideas y se han convertido en un espectáculo que promueve las imágenes construidas por publicistas para posicionar en la opinión pública al que pague. El manejo de símbolos, colores y rostros maquillados para ofrecer una imagen fresca y seductora, consumen hoy la mayor parte de los recursos de los profesionales de la política. Figuras públicas desacreditadas y dadas por muertas, como Carlos Salinas, reaparecen como por arte de magia, confiando en que su nueva imagen ocultará su pasado; lo peor de todo es que parece funcionarles.
Como se ve, el espectáculo y la política van de la mano. Pero mientras la Trevi promete entretener a cambio de unos pesos, los políticos ni divierten ni resuelven nuestros problemas cotidianos. Eso si, los seguimos manteniendo, aun después de dejar su puesto, e insisten en darnos atoles con el dedo.

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