sábado, 21 de junio de 2008

El petate del muerto

Una de las máximas mas conocidas de El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, afirma que para el gobernante más vale ser temido que ser amado. El amor, ese sentimiento que según algunos mueve el mundo, es precario y volátil; en cambio el miedo se mete a lo más profundo de nuestro ser y se queda allí por mucho tiempo, a veces para toda la vida, determinando nuestras acciones y opiniones. La relación entre la política y el miedo en nuestros días es tanto o más fuerte que en los años del Renacimiento italiano. Sólo que se ha vuelto más sofisticada, menos visible, pero no por ello menos eficaz.
En las primeras décadas del siglo veinte, el chivo pretexto para generar el miedo colectivo y ampliar el margen de maniobra de los poderosos fue el comunismo. En esos años se elaboraron imágenes de terror asociadas a dicha ideología: que se comían a los niños vivos, que te metían un campesino en tu casa, que atentaban contra los principios culturales de Occidente, entre ellos, el de la religión.
Con la caída del muro de Berlín fue necesario actualizar el enemigo imaginario para seguir financiando guerras depredadoras en países pobres, tortura institucionalizada y desapariciones forzadas. El sustituto del comunismo fue el narcotráfico, al que se le definió como el enemigo público número uno y se le acusó de todos los males de la sociedad, a pesar de que los principales beneficiados eran y son los banqueros las agencias de autos, joyas y demás artículos de lujo que los narcos compran como si fueran chocolates.
Con el ataque a las torres gemelas en 2001, el narcotráfico traspasó el privilegio de ser el petate del muerto a los terroristas. A partir de ese año y hasta la fecha, para desacreditar a los que se oponen y denuncian la rapiña y el despojo de las grandes corporaciones internacionales y sus Estados asociados, se les tilda de terroristas y con eso tienen para aislarlos de la sociedad. El terrorismo sirve de justificación para aumentar exponencialmente el presupuesto militar, acotar los derechos civiles y criminalizar cualquier protesta social o expresión crítica de la realidad. Pero sobre todo sirve para mantener a la ciudadanía atemorizada y dispuesta a hacer lo que le digan, a través de los medios de comunicación, los dueños del dinero.
Escalofriante paradoja la que vivimos, pues los verdaderos terroristas son precisamente aquellos que tiene el poder para señalar a quien sea de utilizar el terror como medio para lograr sus objetivos, recordando la vieja táctica del que acaba de robarse algo y grita señalando al otro: ¡al ladrón, al ladrón!

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