jueves, 10 de enero de 2013

La entrañable presencia del EZLN

La marcha del silencio de los zapatistas en Chiapas demuestra la existencia de un movimiento antisistémico vigente, con la fuerza suficiente para remover las pantanosas aguas de la política institucional y revitalizar la discusión con respecto a la misión del EZLN fuera de ellas. A estas alturas resulta imposible seguir pensando que su legitimidad depende exclusivamente de la posibilidad de que el movimiento genere cambios en la correlación de fuerzas políticas comúnmente agrupadas en izquierda y derecha. Su legitimidad depende más bien de su capacidad para mantener a sus bases de apoyo en la construcción de su autonomía, del fortalecimiento de su identidad colectiva y de sus formas de organización. Las recientes acciones confirman que ese proceso no se ha detenido, a pesar de lo que digan analistas, políticos y ‘simpatizantes’.
Se ha vuelto un lugar común para los críticos ‘bien intencionados’ del EZLN que si su lucha no lleva agua para el molino de otros movimientos, o remedos de tales como MORENA, simplemente no sirve para nada. En esta visión del frente popular, tan cara a la vieja guardia de la izquierda ortodoxa, los zapatistas tiene la obligación de ser la locomotora que jale los vagones-luchas populares para arribar al paraíso revolucionario. Sólo estimulando al movimiento obrero, campesino y popular puede tener el zapatismo carta de naturalización revolucionaria. De otro modo será simplemente un movimiento más, sin presencia ni legitimidad para ser considerado parte de la heroica lucha por un mundo de seres humanos libres de la explotación y la miseria.
En este sentido, se ha acusado al EZLN de mantener un inexplicable silencio frente a los horrores de la guerra civil impulsada por Felipe Calderón y el Pentágono, olvidando que en su momento salieron miles y miles a las calles de San Cristóbal de las Casas para apoyar la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia, encabezada por Javier Sicilia en mayo del 2011. Más aún: en su andar por los caminos de las lucha por la dignidad, las bases zapatistas han enfrentado agresiones sistemáticas a su vida y patrimonio –como a las que ahora estamos expuestos todos- denunciadas por sus juntas de gobierno desde su fundación en 2003, sin emitir una sola queja o reproche por la ausencia de movilizaciones de apoyo de los que ahora les echan en cara su supuesto silencio ante la sombra de muerte y desapariciones forzadas que ensombrece al país.
En el fondo está, insisto, la ilusión de una marcha general que agrupe a todos los desposeídos y críticos de la realidad que nos asfixia para tomar el poder y acabar con el régimen imperante. No se concibe así la posibilidad de cambiar las cosas día a día, en la práctica cotidiana, en el espacio inmediato, negándole al poder, centímetro a centímetro, segundo a segundo, su capacidad para imponer un estilo de vida, una historia, una cultura, una visión de mundo.
En todo caso, la contribución fundamental del zapatismo contemporáneo se manifiesta sobre todo en su esfuerzo por construir una autonomía, una potentia que se justifica por sí misma. Al procurar día a día evitar ser explotados, ninguneados, marginados y al mismo tiempo, evitar dominar a otros, dirigir a otros, las comunidades zapatistas edifican un mundo donde quepan muchos mundos. Se comprende que los que no conciben un mundo diferente les resulta imposible asimilar semejante lucha. Les parece absurda, irracional; pero para los que nadan contra la corriente, para los que consideran, como los estudiosos de la física cuántica, que los movimientos invisibles generan grandes cambios. La entrañable transparencia del zapatismo es un acicate para seguir remando.

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