La marcha del silencio de los zapatistas en Chiapas
demuestra la existencia de un movimiento antisistémico vigente, con
la fuerza suficiente para remover las pantanosas aguas de la política
institucional y revitalizar la discusión con respecto a la misión
del EZLN fuera de ellas. A estas alturas resulta imposible seguir pensando
que su legitimidad depende exclusivamente de la posibilidad de que el
movimiento genere cambios en la correlación de fuerzas políticas comúnmente
agrupadas en izquierda y derecha. Su legitimidad depende más bien de
su capacidad para mantener a sus bases de apoyo en la construcción
de su autonomía, del fortalecimiento de su identidad colectiva y de
sus formas de organización. Las recientes acciones confirman que ese
proceso no se ha detenido, a pesar de lo que digan analistas, políticos
y ‘simpatizantes’.
Se ha vuelto un lugar común para los críticos ‘bien
intencionados’ del EZLN que si su lucha no lleva agua para el
molino de otros movimientos, o remedos de tales como MORENA, simplemente
no sirve para nada. En esta visión del frente popular, tan cara a la
vieja guardia de la izquierda ortodoxa, los zapatistas tiene la obligación
de ser la locomotora que jale los vagones-luchas populares para arribar
al paraíso revolucionario. Sólo estimulando al movimiento obrero,
campesino y popular puede tener el zapatismo carta de naturalización
revolucionaria. De otro modo será simplemente un movimiento más, sin
presencia ni legitimidad para ser considerado parte de la heroica lucha
por un mundo de seres humanos libres de la explotación y la miseria.
En este sentido, se ha acusado al EZLN de mantener
un inexplicable silencio frente a los horrores de la guerra civil impulsada
por Felipe Calderón y el Pentágono, olvidando que en su momento salieron
miles y miles a las calles de San Cristóbal de las Casas para apoyar
la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia, encabezada por Javier Sicilia
en mayo del 2011. Más aún: en su andar por los caminos de las lucha
por la dignidad, las bases zapatistas han enfrentado agresiones sistemáticas
a su vida y patrimonio –como a las que ahora estamos expuestos todos-
denunciadas por sus juntas de gobierno desde su fundación en 2003,
sin emitir una sola queja o reproche por la ausencia de movilizaciones
de apoyo de los que ahora les echan en cara su supuesto silencio ante
la sombra de muerte y desapariciones forzadas que ensombrece al país.
En el fondo está, insisto, la ilusión de una marcha
general que agrupe a todos los desposeídos y críticos de la realidad
que nos asfixia para tomar el poder y acabar con el régimen imperante.
No se concibe así la posibilidad de cambiar las cosas día a día,
en la práctica cotidiana, en el espacio inmediato, negándole al poder,
centímetro a centímetro, segundo a segundo, su capacidad para imponer
un estilo de vida, una historia, una cultura, una visión de mundo.
En todo caso, la contribución fundamental del zapatismo
contemporáneo se manifiesta sobre todo en su esfuerzo por construir
una autonomía, una potentia que se justifica
por sí misma. Al procurar día a día evitar ser explotados, ninguneados,
marginados y al mismo tiempo, evitar dominar a otros, dirigir a otros,
las comunidades zapatistas edifican un mundo donde quepan muchos mundos.
Se comprende que los que no conciben un mundo diferente les resulta
imposible asimilar semejante lucha. Les parece absurda, irracional;
pero para los que nadan contra la corriente, para los que consideran,
como los estudiosos de la física cuántica, que los movimientos invisibles
generan grandes cambios. La entrañable transparencia del zapatismo
es un acicate para seguir remando.
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