jueves, 13 de diciembre de 2012

Los primeros pasos de Enrique Peña en la presidencia. (Primera parte)

Los primeros pasos de la presidencia de Enrique Peña demuestran que el desgaste sufrido a lo largo de una campaña electoral repleta de irregularidades, corruptelas y desvío de recursos públicos fue considerable. A eso hay que agregar el desgaste de su partido, tanto por su larga estadía en Los Pinos como por sus conflictos cuando fue oposición. El enorme esfuerzo de las bases juveniles del #YSoy132 así como de miles y miles de habitantes del país para criticar el proceso, le abrió los ojos a muchos que se negaban a reconocer la naturaleza y el carácter de nuestro sistema electoral y en general de la democracia liberal. Las consecuencias son inocultables, a pesar del optimismo de buena parte de la opinión pública, o sea, de los medios de comunicación y sus empleados, así como de las burocracias partidistas y de los tres niveles de gobierno.

Las protestas por el intento de replicar la infame represión de Atenco en el primer día del sexenio siguen vivas y en lugar de enterrar al movimiento juvenil le han dado un nuevo impulso que lo obligará a redefinir sus objetivos y sus prácticas. Si después de los comicios las buenas conciencias empezaban a festejar el debilitamiento de #YoSoy132, con el deja vu de los halcones echeverristas tal vez (y digo tal vez porque la soberbia no contribuye a la objetividad y la autocrítica) el ocupante de los pinoles se ha dado cuenta de que los garrotazos sólo sirvieron para cimentar la identidad colectiva del movimiento y para reposicionarlo en la arena de la política extra institucional.

El ‘operativo’ policiaco que le quitó la máscara a Marcelo Ebrard -confirmó su formación priísta y su desprecio por la población que gobernó a lo largo de seis años- se propuso acabar de un solo golpe con la oposición callejera en el corazón de México. El montaje mediático para desacreditar las protestas pasó por alto que buena parte de las personas que se organizaron para protestar llevaban cámaras, teléfonos celulares, Ipad’s y demás dispositivos, desenmascarando el ‘operativo’ al grado de que los jueces encargados de legalizar la represión se negaron a aceptar como evidencia para la defensa de los detenidos los innumerables videos y fotografías donde se muestra claramente la colaboración entre los neo halcones y las fuerzas del ‘orden’.

Pero al mismo tiempo, la batalla de la Alameda inauguró la alianza política entre el partido de ‘izquierda’ y el prinosaurio, que un día después sería oficializado en la farsa llamada Pacto por México en el Palacio Nacional. Al ganar con poco más de un tercio de los votos, Peña echó mano del espíritu de cuerpo de la partidocracia para compensar su debilidad. En lugar de conformar un gabinete integrado por los miembros de las dos fuerzas políticas que se repartieron los otros dos tercios –hecho que hubiera mostrado cierta confianza de su fuerza- el presidente prefirió armar un espectáculo televisivo que difícilmente fortalecerá su gestión.

En el Pacto por México se definieron varios puntos que supuestamente lo sellaban pero que más bien demostraron su falta de sustancia y debilidad frente a sus verdaderos aliados. De acuerdo con el texto de Jenaro Villamil “Cuando Enrique Peña Nieto concluyó la lectura de su “décima decisión presidencial” y ofreció que su gobierno “licitará dos cadenas de televisión abierta en los siguientes meses”, el presidente de Grupo Televisa, Emilio Azcárraga Jean, se levantó de su asiento… ” Veinticuatro horas después la flamante decisión fue anulada.

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