miércoles, 27 de agosto de 2008

El oro Olímpico

Cuesta trabajo reconocer las Olimpiadas de nuestros días comparándolas con las del pasado. El espíritu olímpico, que expresaba la idea de que a pesar de nuestras diferencias seguíamos siendo parte de la humanidad, hoy no es otra cosa que el espíritu de los negocios. Se acabaron los tiempos en que el deportista amateur podía aspirar a la gloria, ganarse el respeto de sus compatriotas y regresar a su vida cotidiana como carpintero, agente de tránsito o ingeniero. Hoy la mayoría de las y los deportistas que asisten a los juegos no representan a un país sino a una marca de productos deportivos o una corporación internacional.
Es el caso de los miembros del equipo de básquetbol estadounidense que no se rebajan a dormir en la villa olímpica sino que se hospedan en hoteles cinco estrellas. Y no son los únicos. Asisten a las Olimpiadas porque sus patrocinadores no pueden perder la oportunidad de promover sus productos mientras los televidentes bajan la guardia para apoyar a sus compatriotas, aunque no tengan la menor oportunidad de ganar. De hecho, de los varios cientos de países que asisten sólo una decena son los que compiten. Y es que competir implica la idea de tener posibilidades de ganar y no simplemente hacer bulto.
En ese sentido, las diferencias entre las naciones ricas y pobres se acentúan. La atención se concentra en quien será el país que ganará mas medallas pasando a un segundo plano todo lo demás. El objetivo ideológico de reafirmar la dominación se cumple al presenciar como los estadounidenses o a los europeos ganan la mayor parte de las medallas, aunque en estas Olimpíadas China sea la excepción que confirma la regla.
Negocio redondo pues, esto de los Juegos Olímpicos. Ganan las grandes corporaciones, ganan los países de primer mundo y el Comité Olímpico Internacional -esa mafia al estilo de la FIFA- que está asociada con las primeras. Ganan también las televisoras que celebran contratos de exclusividad con los atletas más destacados de cada país y cobran los spots publicitarios como en tiempos electorales. Y ganan los políticos que se apresuran a felicitar telefónicamente con los ganadores para aprovechar el raiting. Pierden todos los demás, que creen estar observando una competencia leal, basadas en principios humanos pero que en realidad asisten a una farsa previamente diseñada que reafirma en su fuero interno que las cosas son como son y no hay nada que hacer la respecto.
Los héroes de antaño, como aquél corredor africano que ganó la maratón corriendo con los pies desnudos, o el marchista mexicano que obtuvo la medalla de oro con unos tenis despedazados quedaron atrás. Hoy los héroes son atletas de laboratorio, discretamente dopados y mantenidos con las ganancias de las empresas que representan. Nada permanece todo cambia.

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