miércoles, 13 de agosto de 2008

El canto de las sirenas

Y luego nos preguntamos ¿por qué los partidos políticos y los representantes populares siguen perdiendo legitimidad frente a los ciudadanos? Aunado a las constantes acusaciones de corrupción y tráfico de influencias; al cinismo cotidiano y el alejamiento de la ciudadanía; a la incapacidad y la ignorancia, hay que agregar el cambio de camiseta de alcaldes y diputados de un partido a otro en pleno goce de sus funciones.
Imagine usted que, como habitante de un municipio, participa en un proceso electoral, votando por el partido político de su preferencia, que a la postre gana la elección. Va usted y felicita al candidato vencedor y se congratula con sus vecinos que votaron igual que usted. Pero días o meses después, ese representante popular, que buscó su voto cobijándose en un partido utilizando sus recursos para pagar la campaña y enderezando su discurso en contra de los demás competidores, se cambia a otro instituto político para, según él, servir mejor a su comunidad. ¿Qué confianza puede generar una actitud semejante? Ninguna.
Por un lado, el partido abandonado por el político queda muy mal parado frente a su militancia y sus simpatizantes, pero al partido que lo acoge no le va mucho mejor ya que tendrá que explicarle a sus bases las razones para aceptar a un adversario que fue atacado en las elecciones y puesto como lazo de cochino. Pierde el ciudadano, pierden los partidos, pierden las instituciones democráticas. Pero ¿quién gana? Gana la coyuntura, el corto plazo, pero a la larga perdemos todos.
Una cosa es que como representante popular se abandone la militancia partidista y se declare independiente de cualquier instituto político por las razones que sean, y otra muy diferente que cambie de partido como de zapatos. Defrauda a sus votantes y premia a los que votaron en su contra. O sea, el mundo al revés. ¿Qué sentido tiene votar en una elección si aun ganando el candidato de su preferencia es probable que tiempo después se vaya con otro partido, sin que nadie pueda impedírselo, sin enfrentar ninguna sanción? Y para colmo, justifique el chaquetazo argumentando que es por el bien de sus representados. De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Mientras tanto, las dirigencias se quejan de que es difícil mantener la lealtad partidista y que habría que modificar sus estatutos internos para controlar las sangrías recurrentes en cada proceso electoral. Mejor sería que pensaran por un momento en como contener la crisis de legitimidad que aqueja a los partidos. Por ejemplo legislando para evitar que representantes populares sean dominados por el canto de las sirenas y traicionen a su electorado una vez que se encuentren en el poder. No sería mucho pedir

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