domingo, 3 de agosto de 2008

La imagen y la memoria

El poder y la imagen van siempre de la mano. En la desaparecida Unión Soviética, la nomenclatura –los altos funcionarios soviéticos y la policía política- soportaba purgas constantes que resultaban en exilio o muerte. La desaparición sistemática del enemigo fue una dinámica consustancial al sistema político ruso para mantener intacto el poder del líder. Pero no bastaba con borrar a alguien del mapa sino también de la historia. Por eso incluso los altos funcionarios acusados de traición eran extirpados de las fotografías en donde alternaban con el líder; había que borrarlos de la memoria.
Esta relación entre el poder y la imagen está hoy, mas viva que nunca. Baste como ejemplo el reciente conflicto entre un senador panista y el monopolio televisivo. El pleito en realidad comenzó como un amorío ya que el primero, en su calidad de secretario de Gobernación, fue señalado por la opinión pública como el principal beneficiario por los permisos de casas de juego otorgados al segundo, a cambio de propaganda política para obtener la candidatura presidencial de su partido. Pero debido a una pésima estrategia de comunicación, a pesar de contar con fuerte presencia mediática, perdió y tuvo que conformarse con la senaduría. Ganaron las televisoras, esas sí, no sólo con las elecciones sino antes, cuando se aprobó la nueva ley de medios, que provocó amparos pero aseguró las concesiones y su ventajosa relación con el mundo político
El amorío se malogró cuando el senador decidió, después de las elecciones, acusar al duopolio televisivo de presionar a los legisladores para lograr sus objetivos. Sugirió buscar la manera de evitar que las televisoras tuvieran voto de calidad en los procesos electorales. La propuesta encontró eco en los miembros del Congreso ya que también sufrían y sufren el acoso o el empujón de los noticiarios, de acuerdo a las circunstancias. Las televisoras se pusieron furiosas y se la juraron al senador.
La venganza fue planeada y llevada a cabo sin el menor rubor y con el cinismo característico de todas las grandes empresas que lucran en este país. Y lo expusieron primero con un escándalo paternal y luego de plano lo borraron de cuadro en un noticiario. No sorprendió que los senadores y diputados pusieran el grito en el cielo, o mejor dicho, en la tribuna, para denunciar la burda maniobra.
La telenovela sigue y seguirá; como el comal y la olla, los políticos y la televisión se soportarán en aras del beneficio mutuo, a pesar de los conflictos. Sin embargo la cosa es más grave de lo que parece porque, si un senador en funciones y ex secretario de Gobernación no tiene mucho margen de maniobra para enfrentarse a las televisoras, ¡imagínese usted o yo! ¿De dónde? ¿Con qué?

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