El enorme desprestigio del que gozan los partidos
políticos ha sido visto como un problema técnico y no como un agotamiento
de la democracia liberal y sus jugadores estrella. Por eso se insiste
en mejorar la legislación para que los partidos respeten la democracia
interna y los derechos de sus afiliados. Se hacen llamados a la honestidad
y se elaboran códigos de ética con la ilusión de que las burocracias
partidistas recuperen el camino perdido. Pero si la democracia liberal
ha demostrado su verdadera naturaleza los partidos nada pueden hacer
para mejorar su imagen o su capacidad de movilización. Para que la
democracia liberal deje de serlo deberá divorciarse de los partidos
políticos y empezar a imaginarse más allá ellos.
En esta discusión con
respecto a la relación (¿marital?) entre la democracia y los
partidos políticos, algunos estudiosos sugieren que sus transformaciones
obedecen a una evidente cambio de la misión de los
partidos, pero sin negar su estrecha relación con la democracia; otros
a la necesidad de separar ambos conceptos, evitando asumir como dogma
que no hay democracia sin partidos -que de acuerdo a David Hume, uno
de los pilares del liberalismo político, son un mal necesario, gracias
a la naturaleza del hombre. En todo caso son un mal necesario para el
estado liberal ya que eventualmente el voto universal ha resultado,
a veces, contraproducente con los intereses de sus creadores a pesar
de que en general cumplen con su misión
Vistos los partidos
como instituciones sería difícil negar que entre sus prioridades estuviera
su permanencia al costo que sea necesario. Si este costo exige dejar
de gestionar demandas ciudadanas, de servir de puente entre la ciudadanía
y el estado, para convertirse en un gestor de demandas… del estado,
habrá que pagarlo. Ya no es la ciudadanía la que se defiende del estado
o gestiona con él; es el estado el que, con la ayuda de los partidos,
se defiende de la ciudadanía para imponer acuerdos con transnacionales
y otros gobiernos. El partido cártel (conjunto de organizaciones criminales
que se reparten territorios con pactos de no agresión) es el partido
contemporáneo por excelencia y eso confunde pues se insiste en que
los partidos son la pieza clave de la democracia liberal.
Y claro que lo son pero
no precisamente para ampliar los canales de comunicación sino para
cerrarlos, para contener las demandas populares o alimentarlas de manera
virtual para ganar elecciones. La construcción del estado liberal no
puede prescindir de los partidos para filtrar las demandas sociales
y contenerlas en la medida de lo posible.
Por lo anterior, bien
se podría afirmarse que los partidos son un peligro para la democracia.
Que a la democracia le serviría bastante promover un divorcio necesario,
que no cancelaría sus relaciones con los partidos pero abriría una
sana distancia. Que se impone la necesidad de mirar más allá de los
partidos para superar la democracia liberal, para concebir una democracia
a-liberal y no sólo pos-liberal. El divorcio es necesario para que
la democracia cobre un nuevo sentido, vuelva a recoger los sueños de
millones y deje de ser rehén ideológico de unos cuantos. ¿Será que
los partidos políticos y sus accionistas estarán de acuerdo?
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