jueves, 13 de agosto de 2009

Participación política: ¿cooperación o competencia?

En la coyuntura actual, la participación política ha sido vista como el espacio privilegiado de la acción ciudadana para elegir a sus representantes por medio del voto. En los hechos, toda otra forma de participación que no sea la electoral es vista con desconfianza y eventualmente como una amenaza para la incipiente democracia en México. Pero no sólo se participa en política votando el día de las elecciones; si así fuera la democracia sería débil y poco propensa al cambio social.

Hay que distinguir otros modelos de participación, que junto con las elecciones, conforman el espectro de la participación política en las sociedades contemporáneas y que abren espacios para la acción colectiva. Me refiero sobre todo a los movimientos sociales, agentes fundamentales del cambio social en las sociedades contemporáneas.

La participación política no es exclusiva de estados democráticos sino de cualquier régimen político. El fascismo, por ejemplo, tenía espacios de participación que encauzaban las relaciones entre el estado y la sociedad. Sería difícil saber cuanta de esa participación era inducida y cuanta libre, pero en las sociedades contemporáneas se pueden distinguir formas de participación política, independientemente del régimen en el que opere.

El elemento central de la participación política es, en mi opinión, la cooperación entre individuos. Ya sea de manera individual o colectiva, la participación es siempre cooperación, procurando mantener o cambiar la realidad social pero con otros. Pero en una sociedad que ensalza las virtudes del individualismo, los movimientos sociales son vistos como un atentado contra la individualidad, que fundida con la masa, convierte al ciudadano en un ser irracional.

En este sentido, la criminalización de los movimientos sociales está dirigida a evitar que las personas se reconozcan en otras personas y por lo tanto permanezcan aisladas, compitiendo entre sí, para ser manipuladas mejor por los políticos. Lo mismo sucede en otros ámbitos de la vida social como el trabajo y la escuela, que refuerzan la idea de que el ciudadano tiene que arreglárselas solo, a costa de su vecino o del que se deje. O peor aun, este individuo aislado sólo cuenta con la benevolencia del líder, del gobernante, del empresario, del director escolar para lograr sus objetivos.
Tal vez ésta sea la causa de que líderes de movimientos sociales sean encarcelados por muchos años mientras que los individuos que practican sistemáticamente la corrupción y el tráfico de influencias, dentro y fuera de las instituciones políticas sean tratados con infinita benevolencia por el sistema judicial. ¿Hasta cuándo? Hasta que nos demos cuenta de que los problemas sociales deben ser resueltos por nosotros mismos, de manera autogestiva, y no por una representación política en estado de putrefacción y empleada de los poderosos. Pero ¿será que esto se enseña en las escuelas y universidades?

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