jueves, 28 de febrero de 2008

Bienvenido a la vida

Ver nacer a un hij@ es un privilegio que obliga a reflexionar acerca de la vida y la muerte. Es inevitable recordar la frase consagrada en Caminos de Guanajuato, de José Alfredo Jiménez, donde afirma que la vida: “comienza siempre llorando/y así llorando se acaba” O la pregunta de Netzahualcóyotl, el rey poeta: “¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?/Nada es para siempre en la tierra:/Sólo un poco aquí.”

Para mí el momento culminante no fue cuando el bebé soltó un sollozo, sino cuando le cortaron el cordón umbilical. Si, ese momento significa la separación definitiva de la madre y el inicio del camino hacia un final inevitable. En todo caso, los detalles que rodean el acontecimiento pueden provocar conflictos que vale la pena enumerar.

En primer lugar el nombre. Que si como el papá, si es varón; que como la mamá, si es mujer. Que si el nombre del santo. Empero, las tradiciones, debilitadas, no siempre resuelven el problema. Se pueden utilizar los nombres de cantantes y actrices de moda, de héroes guerrilleros y líderes religiosos, o de plano, del jefe o mentor político, para quedar bien.

Luego, si es varón, está el tema de la circuncisión. Que si es una mutilación o una cuestión de salud. Que si por tradición familiar o por cuestiones estéticas. Aquí la cosa sube de tono y claro, si se anima, los honorarios del pediatra.

Pero la cuestión clave reside en las aspiraciones de los padres y miembros de la familia con respecto al futuro del bebé. ¿Cumplirá con el deseo reprimido del médico que siempre soñó con ser poeta; o de la contadora que siempre aspiró a ser diputada; o del burócrata que nunca dejó de pensarse futbolista profesional? Y es clave porque puede arruinarle la vida, tanto al recién llegado como al suspirante.

Por eso, hoy le dedico éstas líneas a mi hijo, recién nacido, comprometiéndome a apoyarlo en cualquier esfuerzo que, teniendo como fin último la dignidad de la vida humana, desee emprender. Bienvenido a la vida, hijo mío.

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