miércoles, 11 de julio de 2012

Las lecciones del proceso electoral

Un pilar de la política liberal es el concepto de ciudadanía, ya que permite establecer de manera virtual la igualdad entre los miembros de una república aunque en la realidad es una pantalla muy útil para que siga operando la desigualdad. ¿Cuáles son los mecanismos que apuntalan esta idea? Las elecciones, los partidos políticos y la representación.
Las elecciones ofrecen una ‘realidad’ en la que, en su calidad de ciudadanos, todos los mayores de 18 años pueden votar con el argumento de que es hasta esa edad en la que se puede tener conciencia de la responsabilidad que implica ejercer derechos políticos. Lo mismo decían en el siglo XIX de las mujeres y los esclavos, los cuales por su condición social se les consideraba ayunos de conciencia y responsabilidad, aunque tuvieran mas de veinte años, trabajaran y mantuvieran una familia. En el fondo está la idea de que para ejercer derechos es necesaria una educación que permita ´humanizar´ a las clases peligrosas y que, gracias al  ascenso intelectual dejaría de ser parte de ellas, especie hoy más vigente que nunca. En el pasado sólo era digno de confianza, probo, honrado y por lo tanto elegible para decidir, aquel que demostraba su calidad intelectual, su capacidad de razonar de acuerdo a los principios del liberalismo y que fuera propietario. En nuestros días se podría pensar que hemos progresado pues el voto universal se ha implantado en buena parte de los países del mundo, pero los resultados electorales parecen ser operados por la voluntad de unos cuantos, convirtiéndose en una imposición que alimenta la creencia de que la democracia liberal es la mejor forma de gobierno, aunque casi siempre ganen los autoritarios, los fascistas y los ladrones.
El mecanismo fundamental para articular la crítica al concepto de ciudadanía radica en la conformación de la representación y en el control que los partidos y sus dirigencias ejercen sobre ella. Es a la hora de reclamar la posibilidad de ser votado que el sufragio universal muestra su rostro oscuro: sólo se puede ser elegible, en el caso mexicano, si y solo si los dueños de los partidos políticos lo admiten en sus filas. Es tal la sofisticación del mecanismo que incluso sus usuarios privilegiados están proponiendo una reforma que permita la existencia de las candidatura independientes, las cuales seguramente servirán para ocultar el hecho de que son las oligarquías políticas y sus jefes, las oligarquías económicas, las que seguirán gozando de una ciudadanía de excepción. Y si no pregúntele a los dueños de las televisoras, que vienen a completar la farsa del sufragio universal con su propia contribución para hacer prácticamente imposible que un ciudadano ajeno a los dueños del dinero pueda convertirse en un representante popular.
Este mecanismo aclara entonces el tendón de Aquiles del concepto de ciudadanía y de la democracia liberal pues su esencia tiene que ver con la igualdad, o mejor dicho con la promesa de igualdad, de todos los miembros de una república liberal. Justo cuando se instala la competencia electoral en México resulta más evidente este artilugio ideológico para crear una realidad virtual, un velo que oculte con ‘elegancia’ cínica que la igualdad política es una quimera. Que las elecciones están para confirmar la elección de un candidato previamente autorizado por los grupos de poder, nacionales o extranjeros. Las lecciones del proceso electoral están a la vista de todos ¿De qué otro modo podría interpretarse la enorme frustración de millones de votantes en nuestro país después del 1º del julio?

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