Un pilar de la política
liberal es el concepto de ciudadanía, ya que permite establecer de
manera virtual la igualdad entre los miembros de una república aunque
en la realidad es una pantalla muy útil para que siga operando la desigualdad.
¿Cuáles son los mecanismos que apuntalan esta idea? Las elecciones,
los partidos políticos y la representación.
Las elecciones ofrecen
una ‘realidad’ en la que, en su calidad de ciudadanos, todos
los mayores de 18 años pueden votar con el argumento de que es hasta
esa edad en la que se puede tener conciencia de la responsabilidad que
implica ejercer derechos políticos. Lo mismo decían en el siglo XIX
de las mujeres y los esclavos, los cuales por su condición social se
les consideraba ayunos de conciencia y responsabilidad, aunque tuvieran
mas de veinte años, trabajaran y mantuvieran una familia. En el fondo
está la idea de que para ejercer derechos es necesaria una educación
que permita ´humanizar´ a las clases peligrosas y que, gracias al
ascenso intelectual dejaría de ser parte de ellas, especie hoy más
vigente que nunca. En el pasado sólo era digno de confianza, probo,
honrado y por lo tanto elegible para decidir, aquel que demostraba su
calidad intelectual, su capacidad de razonar de acuerdo a los principios
del liberalismo y que fuera propietario. En nuestros días se podría
pensar que hemos progresado pues el voto universal se ha implantado
en buena parte de los países del mundo, pero los resultados electorales
parecen ser operados por la voluntad de unos cuantos, convirtiéndose
en una imposición que alimenta la creencia de que la democracia liberal
es la mejor forma de gobierno, aunque casi siempre ganen los autoritarios,
los fascistas y los ladrones.
El mecanismo fundamental
para articular la crítica al concepto de ciudadanía radica en la conformación
de la representación y en el control que los partidos y sus dirigencias
ejercen sobre ella. Es a la hora de reclamar la posibilidad de ser votado
que el sufragio universal muestra su rostro oscuro: sólo se puede ser
elegible, en el caso mexicano, si y solo si los dueños de los partidos
políticos lo admiten en sus filas. Es tal la sofisticación del mecanismo
que incluso sus usuarios privilegiados están proponiendo una reforma
que permita la existencia de las candidatura independientes, las cuales
seguramente servirán para ocultar el hecho de que son las oligarquías
políticas y sus jefes, las oligarquías económicas, las que seguirán
gozando de una ciudadanía de excepción. Y si no pregúntele a los
dueños de las televisoras, que vienen a completar la farsa del sufragio
universal con su propia contribución para hacer prácticamente imposible
que un ciudadano ajeno a los dueños del dinero pueda convertirse en
un representante popular.
Este mecanismo aclara
entonces el tendón de Aquiles del concepto de ciudadanía y de la democracia
liberal pues su esencia tiene que ver con la igualdad, o mejor dicho
con la promesa de igualdad, de todos los miembros de una república
liberal. Justo cuando se instala la competencia electoral en México
resulta más evidente este artilugio ideológico para crear una realidad
virtual, un velo que oculte con ‘elegancia’ cínica que la
igualdad política es una quimera. Que las elecciones están para confirmar
la elección de un candidato previamente autorizado por los grupos de
poder, nacionales o extranjeros. Las lecciones del proceso electoral
están a la vista de todos ¿De qué otro modo podría interpretarse
la enorme frustración de millones de votantes en nuestro país después
del 1º del julio?
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