jueves, 4 de junio de 2009

¡¿Me están oyendo, inútiles?!

La discusión con respecto al voto nulo ha despertado fuertes críticas pero también opiniones favorables. El alejamiento de los partidos políticos con respecto a la ciudadanía y sus demandas, ha provocado que el desprestigio haya crecido en los últimos años, sobre todo del 2oo6, cuando las campañas negativas demostraron que los partidos están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de ganar.

Los críticos del voto nulo argumentan que los partidos son diferentes, a pesar de que los votantes digan lo contrario, por lo que existe una oferta diferenciada capaz de satisfacer a la mayoría de las demandas en boga. Otro argumento es que la anulación del sufragio favorecerá a los partidos con mayor voto duro y dejará en el desamparo a la chiquillada. Estos argumentos parten de una concepción liberal republicana que concibe al voto como un instrumento para influir en la toma de decisiones, a partir de un proceso de reflexión interna en donde el individuo hace a un lado sus intereses personales para pensar en los interese generales.

Los argumentos a favor del voto nulo giran alrededor de la idea de que es la única manera de presionar a los partidos políticos para acercarlos a las demandas reales de los votantes es rechazando explícitamente las candidaturas y el desempeño partidista en el Congreso de la Unión. El eje teórico sobre el que gira este argumento es que los votantes expresan sus concepciones políticas y sus ideales en las urnas sin importarles demasiado el resultado, oponiéndose así al voto útil, al voto para ganar aunque el candidato no me represente.

En este sentido, los argumentos en contra del voto nulo tienen debilidades manifiestas; por ejemplo, el voto duro no es privativo de un solo partido –el PAN lo tiene en algunos estados del bajío y del norte del país, el PRD en la ciudad de México y el PRI en el resto de los estados- por lo que no se estaría favoreciendo sólo a uno. Además, desde esta perspectiva, da igual quien gane pues de todos modos los intereses generales se verán subordinados a los intereses de las oligarquías partidistas.

Si en los tiempos políticos que corren el voto ha perdido buena parte de su fuerza para controlar a la clase política no queda más que utilizarlo para censurar y llamarles la atención, recordándoles que el espíritu democrático tiene la misión de defender a la ciudadanía de los abusos del poder y no el hacer de las elecciones una farsa.

Por lo tanto, si a usted, amable lector, le parece que hay que acudir a las urnas para rechazar el abstencionismo, que siempre deja dudas sobre su causa, –pues no se sabe si el ciudadano no votó por estar a favor de la situación actual, por indiferencia o por estar en contra del sistema electoral- pero no se identifica con algún partido o candidato, la única opción que tiene es votar nulo. Hasta donde yo sé no existe ningún ordenamiento legal que lo impida. Tal vez así el sistema de partidos y sus componentes modifiquen su actitud y se den a la tarea de mejorar su reputación y sus procesos de selección de candidatos. Parafraseando a Paquita la del barrio, el voto nulo les diría: ¡¿Me están oyendo, inútiles?!

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