sábado, 25 de abril de 2009

La razón cínica y la academia

El mundo académico de las ciencias sociales y las humanidades parece alejarse cada vez mas de los problemas de mas importantes para nuestras sociedades -como la pobreza, la marginación y el racismo- inclinándose hacia la justificación de la desigualdad social. En su afán por obtener algunas migajas del pastel, buena parte de las y los profesores de los referidos campos de conocimiento se especializan en estudiar la realidad tal cual, sin ocuparse de las causas que provocan el mundo en el que vivimos. Esta tendencia se ha escudado en lo que se conoce como la razón cínica.

En efecto, utilizando en una serie de argücias y trucos, los académicos ponen en juego argumentos supuestamente racionales para eludir la responsabilidad social que conlleva la obtención del conocimiento científico. Pero habrá que recordar que los intelectuales no están sólo para interpretar el mundo sino para intervenir en él y modificarlo.

Si partimos de la idea de que el conocimiento es un fenómeno social y no el producto de la inspiración de unos cuantos, habrá que admitir entonces que dicho conocimiento debe tener una utilidad social y no exclusivamente privada, que beneficie sólo a quienes puedan pagarlo. La cuestión no es para nada insignificante pues el futuro de las universidades y de las sociedades contemporáneas depende de la correlación de fuerzas entre estas dos visiones del conocimiento.

Por un lado están los que consideran a las universidades como mera extensión de las necesidades de las empresas privadas, las cuales deberían definir los contenidos de los programas de estudio para que los egresados puedan ser funcionales a sus intereses. Por el otro estamos los que creemos que los fines de las universidades deben partir de las necesidades públicas, de los problemas sociales. Esta polémica tiene en este momento a buena parte de los académicos y estudiantes de las universidades europeas en pie de guerra, quienes se oponen al proceso de Bolonia que pretende privatizar la educación y ponerla al servicio de los dueños del dinero. Es por eso que las y los académicos deberán tener conciencia de para quienes trabajan. En caso contrario, en un abrir y cerrar de ojos nos encontraremos con universidades orientadas exclusivamente a la investigación aplicada, cuyos resultados servirán sólo a los que la financian, con el cínico argumento que dice: el que paga manda.

Sin embargo, no se puede olvidar que la mayoría de las y los académicos mexicanos estudiaron en universidades públicas, y si se fueron al extranjero, las becas fueron pagadas con recursos públicos. Así que en realidad el que paga la educación superior no es el sector privado sino el público. Habrá que reconocer esa deuda para evitar caer cínicamente en los brazos del poderoso caballero, Don Dinero.

No hay comentarios: