sábado, 14 de febrero de 2009

Democracia y minorías

Es muy común encontrarse con personas que conciben a la democracia como el procedimiento por el cual las mayorías deciden, sin importar las opiniones de las minorías, e imponen una política pública, un impuesto o una ley. Conocido también como el mayoriteo, esta concepción es simple y sencillamente una manera de desconocer al otro, al que tiene opiniones o necesidades distintas a los de las monstruosas mayorías.
En realidad, la democracia como procedimiento para elegir representantes o definir el sentido de una votación en el Congreso o en cualquier lugar, está pensada para proteger el derecho de las minorías, el derecho a ser diferente. En las sociedades contemporáneas la diversidad social es la constante y la democracia está para responder a los retos que semejantes sociedades plantean.
Lamentablemente en nuestro país, como consecuencia de nuestra larga tradición autoritaria (que sigue dando de qué hablar), la democracia es simplemente el garrote de grupos políticos y oligarquías para tratar de legitimar el absurdo, disfrazando el interés privado de interés público. Las consecuencias están a la vista de todos: cinismo rampante, decepción ciudadana y violencia como método para resolver las diferencias.
El efecto de esta perversión de la democracia se distribuye a lo largo de todas las esferas de la sociedad, estigmatizando a toda persona que no comulgue con las ideas dominantes y exhibiéndola como una amenaza para las buenas costumbres y las leyes de la decencia. Pero lo peor de todo es que debido a esta práctica, los individuos empiezan a desconfiar de sí mismos y de cualquier pensamiento que se aparte de las ideas y las acciones prevalecientes. Al grito de ¡todos coludos o todos rabones! la sospecha y el temor se entronizan en nuestras mentes, convirtiéndonos en inquisidores eternos a la caza de la diversidad. Los llamados a la unidad por parte de nuestros gobernantes para enfrentar los problemas sociales, suenan más como amenaza que como invitación.
Frente al debilitamiento del catolicismo y de otras fuentes de sentido para nuestras vidas, han surgido nuevas instituciones que definen el buen comportamiento y lo imponen sin enfrentar mucha resistencia. Eso sí, agitando la bandera de la democracia para que a nadie le quede duda de sus buenas intenciones. Y cuidado si se le critica, pues convertida en una nueva divinidad, puede apuntarte con su dedo flamígero para aplastarte en nombre de la sagrada mayoría. ¿Habrá que acabar con la diversidad para fortalecer a la democracia?

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