sábado, 12 de abril de 2008

Por tu propio bien

La luz solar es un alimento, tanto para las plantas como para los seres humanos. Para éstos últimos no sólo proporciona el calor necesario para sobrevivir y para reproducirse sino que además genera el equilibrio emocional indispensable para hacer la vida más llevadera. La actividad humana está regulada por el sol, tanto en el día a día como en la sucesión de las estaciones del año, sobre todo en las zonas rurales, organizadas en función del ciclo agrícola.
El domingo pasado dio inició el horario de verano, el cual nos impone el gobierno federal con el argumento de que ahorra energía. El que quiera creerlo que lo crea pero lo que queda claro es que tod@s estamos batallando para ponernos a tono, adelantando una hora nuestros relojes. Si bien mover la manecilla del reloj no implica ningún esfuerzo, hay que considerar las consecuencias.
¿A poco no le cuesta más trabajo levantarse en la mañana? Anda uno todo el día adormilado y en la noche, a la vuelta y vuelta en la cama porque si se acuesta a las once, en realidad son las diez y el cuerpo no se deja engañar tan fácilmente. Esto sin mencionar que a las siete de la mañana apenas empieza a salir el sol y como que nuestro reloj interno no entiende nada. Hay que levantar a los niños con grúa para ir a la escuela y obligarlos a desayunar, porque el apetito anda por otro lado.
La cosa empeora cuando llega la hora del aperitivo y la botana; como que no sabe igual. Los parroquianos se miran desconcertados porque la plática no agarra fuerza y el cantinero se lamenta con la baja del consumo y la modorra prevaleciente. Al salir de la chamba todavía es de día y las consabidas actividades clandestinas echan de menos la complicidad de las sombras nocturnas. En suma, tal vez el ahorro de energía no sea significativo pero el esfuerzo para acomodarnos al nuevo horario si que lo es.
Al final de la jornada, cuando se está tratando de conciliar el sueño, uno se consuela pensando en que el cuerpo se acostumbrará al nuevo horario, aunque sin olvidar que dentro de siete meses habrá que sufrir lo mismo, cuando volvamos al horario normal. A la par de semejantes cavilaciones no queda más que asumir que los ciudadanos perdemos, poco a poco, el control de nuestra vida cotidiana en aras de un supuesto bienestar colectivo. Como decían nuestros padres al castigarnos por alguna travesura: te va a doler pero es por tu propio bien.

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