jueves, 25 de octubre de 2012

Caminos de MIchoacán

Hace ya casi seis años la sombra ominosa de la militarización en México se extendió por la tierra en la que dejó profunda huella el legado humanista de Vasco de Quiroga. Se estrenó entonces una visión fascista de la política que simplemente dividió al país entre los que estaban a favor de pintarlo de verde olivo y los que denunciamos los peligros y consecuencias de semejante aventura.
Se dijo entonces que la idea era consolidar el gobierno de Felipe Calderón -enormemente cuestionado gracias a un proceso electoral legítimo sólo para los dueños del dinero y sus empleados. Sin embargo, hoy sabemos que la invasión del ejército federal y las detenciones arbitrarias de buena parte de los presidentes municipales michoacanos no fue sino la expresión más clara del Plan Mérida y la sumisión a la política militar de EU.
Hoy que está por terminar un sexenio que será recordado por las decenas de miles de muertos y desaparecidos, la sombra de la represión vuelve por los caminos de Michoacán. Ahora las víctimas son los estudiantes normalistas, satanizados por los corruptos líderes de opinión que demuestran su enorme desprecio por los movimientos estudiantiles. Una y otra vez, en los medios electrónicos y en la prensa escrita, las descalificaciones, burlas y humillaciones rayanas en el racismo y la discriminación demuestran una vez más que el fascismo avanza sin rubor alguno.
Y al igual que en el inicio del sexenio -que se renovará para seguir con la misma cantinela- las declaraciones de los encargados de violaciones flagrantes a los derechos humanos coinciden en señalar la necesidad de preservar el estado de derecho sin mirar en el costo político que tales acciones les puedan acarrear. Coinciden en envolverse en la bandera del sacrificio para mantener la paz social, el buen camino de los negocios, el principio de autoridad.
Esta actitud no es más una clara señal del estado mental de los gobernantes. Ante el enorme desprestigio del que gozan se inventan mundos ad hoc para justificarse, para quedar como héroes incomprendidos, que se enfrentan  todos los días con la ingratitud de la población. En su progresivo aislamiento, los políticos mexicanos no tienen más remedio que echarse en los brazos de una esquizofrenia calculada, administrada, mientras dejan tras de sí una estela de despojos, violencia y simulación.
La fuerza del fascismo militarista a la mexicana ha logrado neutralizar a buena parte de los actores políticos que en otros tiempos gozaron de mejor salud y encabezaron muchas veces el descontento popular. Las burocracias sindicales se eternizan con la venia de sus socios comerciales y políticos (que para el caso son los mismos); los partidos políticos se han convertido en oficinas gubernamentales; las organizaciones populares en caricatura de un mundo pauperizado, pasando el sombrero para recoger migajas a cambio de votos.
En este contexto los movimientos estudiantiles, con todas las limitaciones que puedan tener, se han convertido en el actor político que ha logrado mantener en alto la estafeta de la rebelión, del hartazgo por la descomposición social en que vivimos. En el DF, en Veracruz, en Chiapas, en Oaxaca, son los estudiantes, la juventud desempleada, marginada, vilipendiada, la que apuesta por un mundo diferente. Son los que no tiene nada que perder porque nada tienen, más allá de la certeza de que el futuro reservado para ellos es el de la explotación, la violencia y la humillación.

La alternancia en Veracruz, posibilidades y consecuencias.

A diferencia del pasado triunfo electoral del PRI, donde no hubo festejos ni celebraciones populares espontáneas o inducidas, el mes de julio del 2000 fue testigo de la euforia ciudadana por el advenimiento de la alternancia política gracias al triunfo del PAN. Incluso el ambiente académico y de analistas ‘serios’ de la política nacional festejó a su manera, considerando el hecho como el inicio de la modernidad y la democracia en México. Ahora muchos de ellos prefieren olvidar su entusiasmo, ocultando  mal su alegría por el regreso del parque jurásico.
En aquel amanecer del nuevo siglo, los estudiosos de la política consideraron concluida la transición, tomando en cuenta que se cumplían con el triunfo panista, las condiciones básicas para considerar a México un país democrático. Las otras dos serían la existencia de un sistema de partidos estable, competitivo, así como de órganos electorales autónomos que barnizaban de legitimidad los procesos electorales.
Las condiciones actuales nos enseñan que esas condiciones, si bien se cumplieron formalmente hace doce años, no fueron suficientes para seguir manteniendo el optimismo. Los órganos electorales han perdido buena parte de la legitimidad de la que gozaban; los partidos junto con los políticos, están hoy peor calificados que la policía (aunque es seguro que nunca estuvieron en primer lugar en la confianza ciudadana); y la alternancia provocó un desencanto tal que resulta casi imposible disociarlo de la pasividad de la población ante la imposición del copetesaurio.
Sin embargo las cosas han cambiado, para bien o para mal. El relativo cambio del sistema político mexicano -que Cosío Villegas definió a partir de la relación entre el presidente y el partido como sus piezas fundamentales- hoy ya no funciona igual. Tal vez por ello los ganadores de hoy sueñan con revivir los tiempos de Díaz Ordaz. Pero el horno ya no está para esos bollos con forma de dinosaurios. El tigre anda suelto, como dijo Porfirio Díaz antes de subirse al Ipiranga, y no se ve quien pueda meterlo a la jaula otra vez. Habrá que señalar que el tigre de hoy no es amarillo con rayas sino verde olivo.
Es por eso que considero que la alternancia en Veracruz, si bien no sería un parteaguas de la política del estado, aparece como una necesidad histórica, como una prueba de que los cambios tocan también al territorio heredado por Santa Anna a la jarana y la marimba. Y lo digo porque en otro estado tradicionalmente gobernado o explotado (elija usted de acuerdo a su ideología) por el PRI, como lo es Oaxaca, las cosas parecen alejarse de la modorra política de décadas, al grado de que algunos añoran la mano dura mientras que los menos conciben escenarios inéditos aunque sin soltar las campanas al vuelo.
Lo que se ha visto en Oaxaca es la ausencia de un centro político fuerte, abriendo nuevos espacios para actores político otrora marginados por el partidazo y sus integrantes. Pero además, la población empieza a vivir un mundo desconocido y apenas imaginado en otros tiempos: un mundo sin el PRIcámbrico. Y esa experiencia difícilmente evitará que los oaxaqueños empiezan a pensar en construir nuevas condiciones, nuevas organizaciones, nuevas ideas para enfrentar a los caciques, a las oligarquías, los dueños del dinero que por generaciones han dominado la cuan de Juárez. El sólo hecho de haber derrotado al PRI resulta un desafío, un acto de rebelión, un acto de conciencia y madurez política, a pesar de sus limitaciones, que los maximalistas no dejan de señalar.
Lo anterior no puede ser pasado por alto en Veracruz por los que han vivido montados en el macho por más de cincuenta años y por eso están muy preocupados con la posible y probable alianza entre el PAN y el PRD, aunque declaren lo contrario. Habrá que decir que ante la eventualidad de que MORENA se convierta en  partido político, las posibilidades de que la alianza mencionada sea efectiva se reducen pues buena parte del voto perredista en la entidad se dividiría. Pero aun así, tarde o temprano la alternancia en Veracruz llegará, con sus defectos y limitaciones, y las consecuencias serán imprevisibles pero estimulantes. Y al igual que en Oaxaca será producto de una acto de conciencia, de rebeldía, de madurez política.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Los estudiantes indignados se hacen escuchar en Humanidades

Para los que pensaron que el movimiento estudiantil en Xalapa se batía en retirada después del reflujo de las protestas antes, durante y después de las elecciones federales, el cierre de las instalaciones de la unidad de Humanidades de la Universidad de Xalapa el dos de octubre pasado  representa seguramente una desagradable sorpresa. Dicha acción confirma que los estudiantes no quitan el dedo del renglón en su búsqueda por la ampliación y democratización de la participación política en el país y por la dignificación de las universidades..
Inscrito en el contexto de protestas estudiantiles en Chile, España, Argentina, por mencionar los más recientes, el movimiento estudiantil en Xalapa sigue dando de qué hablar.  Y a pesar de las descalificaciones y amenazas, los estudiantes de sociología, pedagogía, historia y antropología sentaron al rector Arias Lovillo para dialogar y presentarle sus demandas en un ambiente de respeto y cordura dignas de los jóvenes universitarios.
La reacción de las autoridades universitarias, en un primer momento, no fue la más adecuada más preocupados por mantener el principio de autoridad que por servir a la comunidad que dicen representar. Con el argumento de que no existía un pliego petitorio definido, el rector simplemente se cruzó de brazos y se atrincheró en una postura común en este tipo de conflictos: no al diálogo hasta que los paristas entreguen las instalaciones. Habrá que mencionar que dicho argumento más parece producto de la ignorancia o de la mala fe ya que, por ejemplo, el movimiento estudiantil de 1968 –hoy integrado a la historia oficial con la esperanza de despojarlo de su naturaleza contestataria y rebelde- no contó con un pliego petitorio hasta casi un mes después del incidente que agravió a los universitarios. Resulta por lo tanto inadmisible que se haya descalificado los estudiantes de Humanidades con semejante argumento..
Otro argumento que se esgrimió para negarle legitimidad al paro fue que eran una minoría; que la mayoría no estaba de acuerdo aunque nunca se organizaron para manifestarse en ese sentido. Se apelaba a una mayoría fantasma, indiferente al conflicto. Sobra decir que los movimientos no dependen de los números sino de los principios y las demandas que promueven. A nadie se le ocurre hoy descalificar las manifestaciones de apoyo al movimiento del ’68 en Xalapa porque la mayoría no se manifestó públicamente en aquéllos años. Al contrario, hasta libros se han publicado recordando la gesta en estas tierras.
El movimiento estudiantil xalapeño confirma entonces que los jóvenes no se van a quedar callados a pesar de la imposición y el reflujo de #Yo Soy 132. De hecho, el paro confirma lo que ya se veía venir: el #Yo Soy 132 en Xalapa –que por cierto no manifestó públicamente su posición con respecto al paro- ha sido rebasado claramente por los estudiantes indignados. Tal vez así se comprenda mejor que el movimiento #132 no está compuesto sólo por los miembros ‘formales’ sino sobre todo por la masa estudiantil y juvenil indignada. Fueron éstos últimos los que engrosaron las marchas y manifestaciones a lo largo del proceso electoral pasado y que están poniendo en práctica un acuerdo general: la lucha no termina con la imposición.
Ante la anomia generalizada, producto del aumento del desempleo y la desigualdad así como la militarización del país, resulta cada vez más evidente que uno de los sectores más dinámicos para expresar la indignación general es el de los estudiantes y jóvenes. Sus demandas lo confirman. No a la simulación; si a la democratización  y dignificación de la educación pública.