jueves, 30 de junio de 2011

Palabras invisibles

¿Cómo decir lo que nadie quiere escuchar? ¿Cómo pensar en lo que nadie quiere pensar? ¿Cómo escribir lo que nadie quiere leer? El tamaño de horror es tan grande que nos aplasta día con día, aplasta la confianza en los otros: en nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros representantes. El temor se apodera de nosotros poco a poco, como el cáncer, sin que nos demos cuenta hasta que es demasiado tarde. Y entonces los sueños, los planes, la vida misma se acaba en el absurdo, en la oscuridad provocada por la ambición, el racismo y la discriminación.

Para nadie es un secreto que las guerras se articulan desde arriba, engatusando a los de abajo con grandes ideales y mundos paradisiacos, para que sean ellos los que paguen el precio con su vida, con sus sueños, garantizando así los privilegios de los que llevan la batuta. Sabemos también que las guerras no se ganan solamente con la fuerza de las armas sino sobre todo con la fuerza de las ideas. El convencer a los miembros de una nación de las virtudes de una guerra es el elemento central en la estrategia guerrera. Y para convencer, el miedo que no deja pensar, que obliga a actuar por instinto, resulta ser la táctica perfecta.

Para combatir el miedo, la mayoría de las personas se refugia en el consumismo, en la sensación de alivio que proporciona el comprar algo superfluo que servirá como placebo para seguir viviendo sin mirar el horror, el sufrimiento de miles de personas, la ambición desmedida, el cinismo cotidiano, la mentira sistemática. Incluso para las legiones de desposeídos y marginados, la sola idea de que en cualquier momento podrían acceder a los preciados vidrios y espejitos del mundo comercial tiene un efecto soporífero que permite que la tragedia siga su camino, que la alimenta.

Nunca antes la sentencia atribuida a Porfirio Díaz había tenido la fuerza simbólica que tiene hoy. El tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos cobra en estos días una dimensión inimaginable hace apenas una década. Ya ni quien proteste porque México ha sido saqueado por las corporaciones internacionales; por la actitud compulsiva para tomar cursos de inglés, punta de lanza del colonialismo cultural; por la imitación de la forma de vestir y comer, que ha disparado la diabetes y la obesidad, frente a la terrible realidad de servir como espacio de contención de la violencia, de teatro de muerte y sufrimiento para que el decrépito american way of life siga siendo el sueño de millones.

Los optimistas bien guardados atrás de sus riquezas consideran que México debe aprovechar esta crisis para dejar atrás los vicios de nuestra cultura tradicional y subirnos al tren de la modernidad; los pesimistas se empeñan en afirmar que no hay salida, que las cosas son como son y no hay remedio. Lo que queda claro es que lo que está en juego no es sólo el quebrantamiento de nuestra economía, de nuestra cultura, de las instituciones políticas sino de la viabilidad de la nación mexicana como un espacio basado en una identidad colectiva forjada a lo largo de los dos siglos anteriores. Porque la guerra que vivimos no tiene fin, no está planeada para que algún día termine, para que en algún momento un bando la gane o la pierda. Es simplemente una estrategia de control para mantener un orden mundial quebrantado, sin futuro, sostenido por la peregrina idea de que es mejor que el barco se hunda con todos a bordo que cederle a la sociedad en su conjunto la posibilidad de intervenir en los problemas sociales teniendo como eje el bien común. ¿Y quién quiere escuchar eso? ¿Quién quiere pensar en eso? ¿Quién quiere escribir de eso?

jueves, 23 de junio de 2011

La democracia directa y los bienes comunes en Italia

El referéndum celebrado en Italia los días 12 y 13 de junio ha sido un ejemplo de la capacidad de los mecanismos de democracia directa para proteger los bienes comunes de las políticas privatizadoras, impulsadas por los estados nacionales, a favor de los dueños del dinero en el mundo. También ha dejado claro que las y los italianos han cobrado conciencia de la importancia de defender los bienes sociales para detener el deterioro acelerado de su calidad de vida.

Fueron cuatro las cuestiones que integraron el referéndum: la derogación de los procedimientos de adjudicación y gestión de los servicios públicos locales de importancia económica a las empresas privadas; la derogación de la norma que establece que la tarifa del agua esté sujeta a los rendimientos esperados del capital privado; la derogación de una serie de normas que permiten la producción de energía eléctrica nuclear; y la derogación de las normas que impedían que el presidente del Consejo de Ministros y de los ministros a comparecer frente a la justicia penal. El triunfo de Si para todas las cuestiones superó el noventa por ciento de la votación, a pesar de la férrea oposición -con spots incluidos- del gobierno de Berlusconi.

Como se ve, lo que estuvo en juego fue la posibilidad de que los políticos pudieran seguir vendiendo los bienes comunes al mejor postor. Los servicios públicos locales, incluido el servicio de agua potable, así como la posibilidad de un renacimiento de la industria nuclear –que atenta contra el medio ambiente, bien común fundamental- giran alrededor de la premisa de que hay ciertos bienes que deben ser sustraídos del interés privado, de que debe evitarse convertirlos en simples mercancías, sujetas a los vaivenes inducidos de la oferta y la demanda. Pero además, se puso un límite a la impunidad de los políticos, quienes coincidentemente son los principales impulsores de la enajenación de los bienes comunes para lograr jugosas comisiones, por debajo de la mesa, y seguir financiando sus carreras políticas.

La experiencia italiana está estrechamente relacionada con las manifestaciones de hartazgo de la ciudadanía en Grecia, Egipto y España, por mencionar las más destacadas, con respecto a la gestión de la política institucional encabezada por los estados nacionales, los partidos políticos y las corporaciones y organismos internacionales. Demuestra claramente que las personas están sujetas a una enorme explotación -lo que ha debilitado enormemente sus posibilidades de vivir dignamente- por lo que no están dispuestas a seguir esperando a que esas instituciones y la democracia liberal resuelvan el problema.

El apostar a la privatización de los servicios públicos, del agua, del medio ambiente -a través de insistir en la producción de electricidad vía energía nuclear- aparece cada vez más como un suicidio colectivo, como una manera de cancelar el futuro de millones de personas en aras de la racionalidad instrumental o mejor dicho de la racionalidad psicópata, en donde los fines justifican los medios, en donde no importan las consecuencias siempre y cuando se satisfagan los fines.

Los mecanismos de la democracia directa no son ninguna panacea pero pueden servir como espacios de expresión para ampliar la participación política de la ciudadanía y detener la tendencia suicida que parece cada vez más fuerte. Ojalá que lo sucedido en Italia con el referéndum inspire a ciudadanos de otros países a considerar seriamente la posibilidad de participar en la vida política, más allá de las elecciones, para recuperar la dignidad que cada vez más nos niegan desde el poder.

jueves, 16 de junio de 2011

Enterrando el miedo y sembrando justicia.

La Caravana del Consuelo encabezada por Javier Sicilia, Julián Le Barón y el sacerdote Óscar Enríquez representa una de las críticas más precisas contra la guerra de exterminio que inició Calderón para afianzarse en el poder, con la ayuda del gobierno de los Estados Unidos. La sencillez del discurso y la estrategia contra el miedo y la impunidad están motivando a las personas a salir a la calle y compartir su dolor.
La movilización pacifista tiene un objetivo muy claro: impedir que se olvide a las víctimas de la barbarie. En medio del caos que nos rodea puede parecer un objetivo simple y limitado -pues aparentemente no ataca el centro de las prácticas guerreristas del gobierno mexicano- pero una mirada más acuciosa y de cara al futuro echa por tierra semejante conclusión.
Abrir un espacio para la denuncia sistemática y organizada de todas las personas que han sido desaparecidas o asesinadas por la guerra civil no me parece un objetivo menor por varias razones. En primer lugar, es evidente que tanto para los narcotraficantes como para las instituciones del estado (presidente, diputados y senadores, gobernadores, partidos políticos y militares) es preferible que los muertos y desaparecidos caigan en el olvido, por distintas razones si usted quiere; los primeros para evadir a la justicia y los segundos para deshacerse de la obligación constitucional que les exige investigar y localizar a los responsables.
En segundo lugar, un ambiente de terror, de miedo, es el escenario perfecto para que los dos bandos en guerra sigan reproduciendo la barbarie con consecuencias manejables a corto plazo. A los narcoemprendedores les conviene que la sociedad tenga miedo pues les permite gozar de un mayor margen de maniobra debido al repliegue ciudadano de los espacios públicos; a los gobernantes, un escenario aterrador les sirve para seguir justificando la militarización del país, en consonancia con los planes de Obama y sus amigos.
Otra razón de peso está directamente relacionada con las posibilidades que la estrategia del consuelo puede tener en el futuro. Las Madres de Mayo -que en su momento se enfrentaron a la dictadura militar argentina sólo con su valor y con su dolor- siguen en pie de lucha y a lo largo de los últimos treinta años se han distinguido por poner en evidencia la impunidad de los culpables de la desaparición de sus hijos y la forma en que las instituciones del estado han cultivado esa impunidad. Han comprendido que los crímenes de lesa humanidad, como la desaparición forzada, no prescriben y con el tiempo cobran una dimensión distinta a la que tienen hoy.
El primer punto del acuerdo ciudadano firmado por Sicilia en ciudad Juárez va precisamente en el sentido de exigir verdad y justicia a las autoridades, sean estas las encabezadas por Calderón o por su sucesor. El gran reto del movimiento es lograr la permanencia en el tiempo de las redes de ciudadanos que buscan justicia. El futuro es de ellos si perseveran. El dolor de la pérdida será el motor de sus acciones y seguramente no desaparecerá de la noche a la mañana. Así las cosas, podría parecer que la Caravana del Consuelo no va a ninguna parte pero el tiempo está de su lado y nada es para siempre, mucho menos la impunidad. Si no me cree pregúnteselo a los militares argentinos golpistas que hoy se encuentran en la cárcel y que se creían dioses en los años setenta.

miércoles, 1 de junio de 2011

El caldo y las albóndigas

El proceso de militarización que las autoridades federales han venido impulsando desde el inicio del sexenio empieza a ganar adeptos en los estados, en particular bajo la premisa de que una policía unificada responderá mejor a las demandas de seguridad que la ciudadanía ha venido enarbolando desde hace varios años. Sin embargo, la participación activa de los militares ha provocado un incremento en la violencia, lo que ha disparado el número de muertes, desapariciones forzadas, allanamientos sin orden de cateo y en general en el debilitamiento de las libertades y los derechos civiles.

En este sentido, la desaparición de la policía intermunicipal en la capital de estado de Veracruz parece encaminada a centralizar los mandos policiacos, sometiéndolos a la lógica militar, con el argumento de que son las policías municipales parte del problema de seguridad y no su solución. Nadie ignora que las policías locales son el eslabón más fácilmente controlable por parte del crimen organizado, que las somete y pone a su servicio, convirtiéndolas en un problema más a considerar en las políticas de seguridad.

Sin embargo, desaparecerlas paulatinamente en los municipios del estado, como parece ser la estrategia del gobierno veracruzano, debe ser vista con reserva puesto que lo más probable es que sean sustituidos por militares, que se pondrán el uniforme de policía pero sin contar con los principios de una corporación civil. Su formación militar puede ser muy efectiva para aumentar la capacidad de respuesta al narcotráfico pero al mismo tiempo la ciudadanía tendrá que enfrentar atropellos sistemáticos a sus derechos como consecuencia de que la lógica militar ve a los demás como enemigos y no como conciudadanos.

El caso de Jorge Otilio Cantú Cantú, quien fue asesinado por policías militares en la ciudad de Monterrey es una muestra clara de los problemas que enfrenta una sociedad sin policía civil. El joven Cantú circulaba por una de las principales avenidas de la capital neolonesa cuando fue el blanco de más de cuarenta balazos disparados por ‘policías’ quienes consideraron sospechoso el vehículo en el que transitaba por el simple hecho de ser una camioneta Dodge Ram. Por si fuera poco, los ‘policías’ lo remataron con cuatro tiros en la cara, alteraron la escena del crimen, lo acusaron de ser narcotraficante y le robaron su celular y su cartera. A pesar de toda la evidencia en su contra, en el dictamen de la procuradoría se asentó que El capitán Reynaldo Camacho refiere que sus tropas repelieron la agresión de un sujeto que iba en una camioneta Ram roja y lo ejecutaron”. (www.jornada.unam.mx/2011/05/29/politica/008n1po) Gracias a los esfuerzos del padre de la víctima se logró que una juez dictara auto de formal prisión por los delitos de homicidio calificado y delitos contra la administración de la justicia pero el propio gobierno del estado de Nuevo León declaró que serían juzgados por la justicia militar.

Este es un caso típico de un asesinato calificado como ‘error de procedimiento’. Es una clara muestra de la forma de pensar de un militar disfrazado de policía, que gozando de impunidad se convierte en ministerio público y juez al mismo tiempo, decidiendo la vida y la muerte de un civil. Pero además en este caso es evidente el sometimiento del poder civil al militar pues no sólo el ministerio público se prestó al juego de manipular el expediente a favor de los asesinos sino que el propio gobierno del estado renunció a juzgarlos de acuerdo a las leyes civiles, cediéndole el privilegio al mando militar.

La renuncia de los poderes civiles a someter al imperio de la ley a los militares en aras de una emergencia nacional me recuerda el dicho popular que dice: salió más caro el caldo que las albóndigas. Militarizar a las policías municipales puede parecer una buena solución a corto plazo –sobre todo para lograr alianzas con el gobierno federal- pero en el mediano y largo plazo se compromete la esencia del estado de derecho: la capacidad del ciudadano para defenderse del poder.