jueves, 26 de mayo de 2011

La contrapolítica vive en España

Después de haber planteado aquí la idea de que la política institucional se encuentra en franca decadencia, pues no logra enfrentar las demandas de las mayorías en el mundo, propuse utilizar el concepto de contrapolítica para encontrar una salida a la debacle del orden republicano liberal que vivimos. Ahora me propongo demostrar que la contrapolítica existe en la realidad y está dándole a mucha gente la posibilidad de pensar que otro mundo es posible.
Las manifestaciones recientes en España son una muestra clara de cómo miles de personas tiene claro que, si de cambiar las cosas se trata, habrá que buscar nuevas formas de organizarse y gestionar los intereses. Esas miles de personas, en su mayoría jóvenes, tienen muy claro que hay que considerar a las instituciones liberales como parte del problema y no como parte de la solución, que hay que partir de cero y empezar a pensar en soluciones basadas en la imaginación y en la visión emancipada del orden capitalista.
El movimiento 15 de mayo ha desafiado exitosamente a las instituciones del estado español, que desde un principio procuró impedir las reuniones públicas en las plazas de buena parte del país y sobre todo en la Puerta del Sol -emblemático espacio en el que se concentran todos los días miles de persona para protestar por las políticas neoliberales que los políticos han intentado imponer a la población para hacer frente a la crisis económica y salvar los intereses de los poderosos.
Para muchos es la primera vez que han tomado la calle para protestar y manifestar su descontento con el gobierno encabezado por Rodríguez Zapatero. Su sorpresa ha sido mayúscula al encontrarse con muchas personas que comparten el hartazgo de vivir en un mundo injusto e inhumano. Se han dado cuenta que llevar comida para los manifestantes; que organizarse al margen de los partidos políticos y articular demandas; que informar en el metro a personas de todas las condiciones sociales es, precisamente, poner en práctica la contrapolítica. Pero sobre todo, las y los jóvenes le han perdido el miedo al poder y sus marionetas serviles y corruptas; y eso es lo más valioso del movimiento que inició el 15 de mayo.
Víctor Valdéz, representante de Juventud sin Futuro (vaya nombre para una organización juvenil; más realista imposible) lo dice sin tapujos: “El mundo nos mira…porque nos lo hemos ganado. Hemos dado un grito, un golpe encima de la mesa, la rabia y la indignación de la juventud precaria y del resto de la sociedad civil se ha canalizado, por fin. El mundo nos mira porque les hemos perdido el miedo, a ellos y a sus cadenas que también eran las nuestras. Sin miedo a las represalias, a mostrarnos tal y como somos, a desobedecer, a reivindicar, ‘a enseñarles los dientes’…” (
www.rebelion.org/noticia.php?id=129063)
Y es en ese perder el miedo, en ese afán por mostrase como son de la juventud española -que hoy se encuentran desafiando al corrompido y decadente estado español- radica la esencia de la contrapolítica. Se acabaron las dudas con respecto a las acciones a seguir; se acabó la esperanza en que la política institucional resuelva los problemas de las mayorías. Sólo queda la certeza de que la única manera de enfrentar la crisis que vivimos es a partir de nuestros propios medios, de nuestras propias reivindicaciones, de nuestras propias posibilidades. La moneda está en el aire pero el ejemplo quedará para la historia y cambiará la vida de todos ellos para siempre.

jueves, 19 de mayo de 2011

Los desaparecidos de la guerra en México

En los años setenta las y los mexicanos respirábamos con alivio al ver como los países de Sudamérica sufrían golpes de estado y la militarización sistemática que provocaron miles muertos pero sobre todo desapariciones forzadas. El terror en países como Argentina, Chile o Brasil parecía algo lejano pero treinta años después estamos viviendo lo mismo: militarización acelerada con las consecuencias para las libertades civiles; muertes cotidianas producto de una guerra promovida por el estado; pero sobre todo desapariciones de personas que acabaron siendo enterradas en lugares secretos o arrojadas desde aviones en pleno vuelo al mar, con la clara intención de borrarlas de la historia.

Los recientes hallazgos de fosas clandestinas repletas de cuerpos sin identificar en Tamaulipas y Durango representan un síntoma típico de sociedad enfrascada en una guerra civil, organizada desde el poder, para administrar el caos en favor de los de siempre: las corporaciones internacionales y sus testaferros nacionales. A los números oficiales de los muertos manejados por el gobierno federal habrá que agregarle los miles de desaparecidos que no contabilizan las cifras oficiales pero que son consecuencia directa del ambiente de violencia generalizada en que vivimos. A los cuarenta mil muertos que se manejan habrá que sumar los desaparecidos. ¿Cuántos son? ¿Diez mil, veinte mil?

Los desaparecidos son fundamentalmente personas pobres y migrantes desesperados por sobrevivir que, a su paso por nuestro país, sufren todo tipo de violencia incluida la desaparición forzada. No por ello debemos de ignorar que la mayoría de los encontrados en las fosas clandestinas son ciudadanos mexicanos que han sido asesinados cruelmente –como lo hicieron los militares sudamericanos- para enviar un mensaje de terror a todos nosotros, para recordarnos que la violencia no necesita justificaciones y que si las tiene están directamente relacionadas con la ambición, la discriminación y el racismo.

Y es que para desaparecer personas es necesario negarles todo viso de humanidad -tal como lo hicieron los paramilitares sudamericanos con la colaboración plena de los ejércitos nacionales y extranjeros o los sionistas con los palestinos- negarles el derecho a la vida por ser pobres y vulnerables, por ser extranjeros pobres, por ser mujeres, por no tener dinero para pagar su rescate. Por eso las desapariciones no son un crimen simple sino agravado porque se les niega el derecho básico a una sepultura digna, que les permita a los deudos honrarlos y visitarlos. Es sin duda un crimen de lesa humanidad porque además lesiona la vida de sus familiares y amigos para siempre.

En este sentido la atropellada e irrespetuosa manera en que los desentierran –utilizan trascabos que destrozan los cuerpos sin remordimiento alguno- es una clara muestra de cómo los gobiernos locales y el federal tienen en la misma consideración que los narcotraficantes por los muertos sin nombre, por los desaparecidos. Son los que merecen ser borrados de la historia, carne de cañón para mantener una nación aterrorizada para mantener el saqueo, el robo y la rapiña de todos los días.

Qué ironía que después de haber pensado que México se había librado de la militarización que sufrieron los países sudamericanos, estemos hoy cercados por grupos armados, viviendo un golpe de estado reciclado, que si bien no tienen las mismas características si buscan el mismo objetivo que en los años setenta: mantener las cosas como están y si se puede, mejorar las condiciones para él despojo sistemático. ¿Habrá otra razón para promover la guerra?

jueves, 12 de mayo de 2011

La matriz de la violencia

La marcha por la paz encabezada por Javier Sicilia parece tener conciencia de que las balaceras que vivimos cotidianamente sirven como cortina de humo para ocultar la verdadera violencia, esa que se expresa en la muerte en vida, o sea una vida sin presente y que da por cancelado todo futuro. De no hacerlo su protesta no llegará muy lejos ni logrará incorporar a amplios sectores de la población.

Sí, me refiero a la violencia expresada en la discriminación y el racismo, que hacen posible tragedias cotidianas en los lugares de trabajo como las minas o mejor dicho los agujeros en la tierra, sin ninguna consideración por los que se la rifan bajando todos los días; en la trajinar de miles de personas para acceder a un trabajo, aunque sea a miles de kilómetros de sus lugares de origen y enfrentando toda clase de peligros contra sus vidas; en el saqueo sistemático de los bienes públicos por parte de unos cuantos con impunidad garantizada y fotos en los periódicos todos los días; en la muerte por falta de atención médica mínima, convirtiendo en mortal la disentería; en la asfixia de las deudas impagables que arrasan con familias enteras y los marcan para toda la vida.

Sí, me refiero a esa violencia que no mata de un tiro, en caliente, sino que te mata en vida, te deja vivo pero sin ninguna salida, que te obliga a soportar la explotación y el robo sin omitir una queja, que te mata poco a poco. Me refiero a esa pobreza que le roba toda la dignidad a un ser humano como para salir a la calle con otros para recuperarla, como para poder imaginar que otro mundo es posible.

No es mi intención descalificar la marcha por la paz pero le falta sal, le falta mirar para abajo, le falta mirar y no solo ver. Le falta mirar que las causas de esta guerra contra la población de este país, sobre todo de los más pobres, residen precisamente en la desigualdad, en la vulnerabilidad de la mayor parte de la gente y alimentada por la ambición desmedida, inhumana del espíritu empresarial-criminal (pleonasmo evidente pero invisible para muchos)

¿Hasta cuándo se van a seguir haciendo marchas sólo cuando muere alguien visible para el poder, sean martís o sicilias? No me malinterprete violentado lector, aterrada lectora, peor es nada; pero habrá que aprovechar el impulso para poner el dedo en la llaga: la violencia matriz es la explotación, la pobreza basada en la discriminación y el racismo, la impunidad rampante. No hay que olvidarlo. Los narcotraficantes son empresarios ilegales, como lo fueron en su momento los piratas como Walter Raleigh o Francis Drake, que la reina Isabel premió con títulos nobiliarios gracias a las enormes ganancias que le daban a la corona inglesa. La línea que separa a los emprendedores legales y a los ilegales no existe más que en nuestra imaginación. Así que pongámoslos en el mismo saco y denunciémoslos por igual. ¿Qué podemos perder? ¿El miedo?

viernes, 6 de mayo de 2011

Redefiniendo la política III

Creo que ha quedado claro que la redefinición de la política pasa por derribar sin miramientos las concepciones que se han venido sucediendo a lo largo de más de veinte siglos; acabar de una vez por toda con las esperanzas de que el estado y sus funcionarios son la solución al problema y verlos mejor como parte del problema; y sobre todo dejar de pensar que sólo es una cuestión de ajustes democráticos al ejercicio de gobierno.

En este sentido salta la pregunta: ¿qué impacto tendría en nuestra vida cotidiana el dejar de tener esperanzas en los ´beneficios’ de la política institucional? Al menos podría señalar dos elementos que habría que considerar. Uno sería utilizar un concepto diferente para apartarnos de la política entendida como el uso y fortalecimiento del poder. El otro consistiría en asumir que, para empezar a cambiar las cosas, habrá que dejar de seguir esperando a que alguien lo haga por nosotros, nos guíe y nos indique el camino hacia el paraíso perdido.

La propuesta de un concepto diferente resulta obligada porque, dadas las circunstancias y el enorme poder mediático de los poderosos y sus empleados al interior del estado, sería prácticamente imposible anular de un plumazo la larga tradición del significado de la política como sinónimo de poder, dominación y sometimiento. Así que para empezar se podría hablar entonces de contrapolítica. Este concepto tiene la ventaja de utilizar la inercia de la visión tradicional de la política y de su crítica directa, pues no se trata de negar las desigualdades sociales aceptándolas como una calamidad eterna e insoluble, o peor aún, caer en los brazos del escepticismo condescendiente con pretensiones filosóficas. La contrapolítica se erige entonces como el antídoto para protegernos de las falsas esperanzas excretadas por los políticos todos los días sin renunciar a concebir un mundo diferente, un mundo nuevo.

El segundo elemento que hay que incorporar a nuestra cotidianeidad es la confianza en nosotros mismos para interpretar el mundo, la emancipación de todas las interpretaciones externas a mí. Habrá que partir de la confianza en uno mismo, de la igualdad de las inteligencias que nos permitiría atrevernos a saber, tener el valor para usar la propia razón, como recomendara hace mucho tiempo el gigante Baruch Spinoza: sapere aude. Esto no quiere decir que descalifiquemos las interpretaciones de los demás sino que las pongamos en comunicación con las nuestras. Después de todo, lo que se me ocurre está en un contexto determinado y sin duda alguna influenciado por él. La clave reside en escucharnos primero a nosotros mismos, en tener confianza en nosotros en lugar de esperar que alguien se apiade de mí y me resuelva el problema.

La represión de los poderosos está sistemáticamente dirigida a aquéllos que se atreven a disentir, a pensar por sí mismos, a explicarse el mundo por sí mismos. Primero los ignora, luego los ridiculiza, los difama o los compra; si nada de eso funciona entonces simplemente los elimina. Son una amenaza inadmisible a su poder. La historia está plagada de ejemplos.