jueves, 28 de enero de 2010

Cambiar para retroceder. La propuesta de reforma política de Calderón.

La reciente propuesta de reforma política por parte de Felipe Calderón ha generado una serie de reacciones a favor y en contra. Por un lado, los calderonistas la ensalzan sin dar mayores detalles de los beneficios mientras que sus opositores la consideran un paso más a la centralización de las decisiones políticas y la concentración del poder por parte de la burocracia partidista.

Por un lado, los argumentos de Calderón para apoyar su propuesta giran alrededor de la idea de que hay que destrabar los conflictos entre el legislativo y el ejecutivo para impulsar la gobernabilidad. La ‘congeladora legislativa’, según Calderón, es el mayor obstáculo para sacar adelante al país, así como los partidos políticos a los que llama ‘membrete carente de sustento’ pues no representan a nadie. En el colmo de sus buenas intenciones, el presidente se salta la barda cuando asegura que “Esto no puede ser una reforma elaborada, discutida y aprobada, o rechazada únicamente por los políticos y los gobernantes.” Cuesta trabajo imaginar que la reforma, que ni siquiera fue consensada con las fuerzas políticas en el Congreso, tenga la ilusión de abrir el juego político al ciudadano común.

Por su parte, los críticos agrupan sus argumentos alrededor de la idea de que la propuesta de reforma política busca fortalecer al poder ejecutivo frente al legislativo para imponer sin problemas sus políticas. Aquí la gobernabilidad se confunde con centralización política. Pero además, tiene la intención de reinstalar un viejo proyecto salinista: el bipartidismo. En este sentido, la segunda vuelta no tiene otro objetivo que debilitar el tripartidismo y dejar solos al PRI y al PAN para gobernar sin oposición al país.

Con respecto a la reelección, propuesta que ha sido impulsada por la burocracia política desde el gobierno de Zedillo, está orientada para mantener la continuidad en la composición de las cámaras y no precisamente la profesionalización de diputados y senadores. De hecho, la reelección existe en nuestro sistema político pero disfrazada; así, un presidente municipal renuncia para ser diputado local, y luego diputado federal por varios distritos y luego senador y hasta gobernador. De ese modo, tenemos a personajes que han estado saltando de un puesto de representación popular a otro por veinte años o más. Y lo único en lo que mejoran es en su cinismo.

Es cierto que el sistema político mexicano necesita renovarse, pero ampliando la participación de la ciudadanía en los asuntos políticos y no cerrándose sobre sí mismo. En el fondo de la propuesta de Calderón está la necesidad de imponer un proyecto nacional que concentre aun más la riqueza nacional, manteniendo un sistema económico en crisis, cueste lo que cueste. Si el precio implica reducir la participación política de la ciudadanía para favorecer la concentración de poder político y económico, pues ni modo. No importa si esto provoca una mayor insatisfacción ciudadana, un mayor desprestigio de los políticos. Lo importante es mantener un sistema político decadente y corrupto hasta la médula, haiga sido como haiga sido.

jueves, 21 de enero de 2010

La verdadera tragedia de Haití

La reciente tragedia humanitaria en Haití ha definido, una vez más, la estrategia política de los Estados Unidos hacia Latinoamérica. Después del golpe de estado en Honduras, el gobierno encabezado por Barack Obama confirma lo que se sospechaba desde el inicio de su mandato: la política exterior estadounidense no va a cambiar, la receta de los Bush seguirá dominando pero ahora tendrá una cara bondadosa y conciliadora.

El terremoto en Haití ha sido utilizado por los Estados Unidos para ocultar el hecho de que la pobreza, la marginación y la violencia cotidiana en la isla son producto añejo de las políticas colonialistas, que desde el siglo XIX, han provocado la postración y dependencia del pueblo haitiano. Primero con dictaduras como la de los Duvalier, financiadas y sostenidas por los gobiernos yanquis; y posteriormente con golpes de estado para evitar que la voluntad popular expresada en las urnas se cumpla, como en el 2004. Los Estados Unidos han impedido cualquier forma de gobierno que se proponga mejorar las condiciones socieconómicas de los haitianos.

El objetivo de tales intervenciones no es otro que mantener un control colonialista en la isla que garantice las ganancias de las corporaciones y compañías, pero también, en la coyuntura actual, para fortalecer un frente político en contra de países non gratos en la región. Así lo reconocen James M. Roberts y Ray Walser, miembros de la Fundación Heritage, cuando afirman que “El gobierno del Presidente René Préval es débil y está ahora literalmente inmerso en el caos más absoluto. Es probable que Cuba y Venezuela, que ya han intentado minimizar la influencia de EEUU en la región, aprovechen esta oportunidad para elevar su perfil y su influencia…”*

El pretexto es digno de los mejores tiempos de la Guerra Fría y ha provocado que en este momento diez mil soldados del ejército estadounidense se encuentren en Haití -además de portaaviones, fragatas y cruceros- invitados, claro está, por el presidente haitiano. La idea central no es otra que mantener el control de la población para ahogar cualquier intento de reconstrucción y restauración de sus instituciones a partir de las necesidades nacionales.

Lo irónico es que se está promoviendo la idea, por medio de una campaña en la opinión pública internacional, de que Obama es el salvador de los haitianos, cuando en realidad está actuando guiado por sus propios intereses: impulsar su imagen y quedar bien con sus amos, los dueños del dinero.

La verdadera tragedia de Haití es su dependencia de los Estados Unidos, que ha generado por muchos años pobreza y hambre, violencia generalizada, un estado impotente y en franca desaparición. El terremoto descubrió una realidad que no es nueva y que lamentablemente está siendo utilizada para reforzar las condiciones del dominio yanqui en la región. El pueblo de Haití seguirá siendo discriminado y explotado por los colonialistas de siempre. ¿Quién puede pensar que la ocupación militar va a ser la clave para la reconstrucción de Haití? Sólo los que no quieren reconstruir nada, los que quieren seguir medrando en medio del caos y la miseria, a punta de balazos.

* http://www.heritage.org/Research/LatinAmerica/wm2754.cfm

jueves, 14 de enero de 2010

El nudo gordiano de la vialidad en Xalapa

Los esfuerzos de las autoridades municipales en Xalapa para mejorar la vialidad son la expresión más clara de la crisis en el transporte de la capital veracruzana. Dicha crisis es compleja pues no se puede explicar solamente por una causa, pues son varias las razones. Mientras no se atiendan el problema de manera articulada, con un plan integral las cosas no van a mejorar mucho.

El problema de la vialidad en Xalapa tiene que ver, en primer lugar, con la distribución de las calles y avenidas, las cuales fueron apareciendo sin ton ni son y de acuerdo al crecimiento urbano. El trazado de las calles se parece más a las fisuras de un plato estrellado que a uno con calles perpendiculares y paralelas. La principal responsable de lo anterior es la orografía, los cerros y cañadas que no ayudan mucho, a pesar de puentes y pasos desnivel, que liberan el tráfico en una zona para concentrarlo en otra.

Otro factor importante es el enorme crecimiento del parque vehicular de los últimos cinco años, fenómeno que se dio en todo el país y que ha generado problemas de vialidad pero también de contaminación. Pero además, este crecimiento ha rebasado por completo a la cobertura de agentes de tránsito, los cuales no existen en buena parte de la ciudad, concentrándose su precaria labor en el centro y sus alrededores. Esto provoca que los automovilistas hagan de las suyas, entorpeciendo la circulación estacionándose en doble fila o en lugares prohibidos, utilizando la avenida Lázaro Cárdenas como pista de carreras o manejando con copas de más.

Otra causa es el caos del transporte público, su ineficiencia, la duplicación de rutas y la convergencia en el centro de la ciudad de la mayoría de ellas, para favorecer los intereses de los concesionarios. Y este es en mi opinión, el centro de la problemática, pues un transporte público eficiente desalentaría el uso del automóvil, disminuiría la contaminación y generaría una racionalización del tráfico.

Pero es aquí en donde está el nudo gordiano, pues aun resolviendo en parte las causas mencionadas antes, esto no tendría ningún efecto sin la presencia de un transporte público a la altura de las circunstancias. Llama la atención que en los últimos días se han manifestado los pros y los contras del cambio de sentido de algunas avenidas, o la racionalización del transporte escolar, pero nadie ha tocado el tema de los autobuses urbanos. Peor aún, algunos hasta promueven la idea del uso del transporte público, cuando es parte del problema y no su solución.

El tráfico vehicular en Xalapa merece un plan integral para mejorarlo. Las medidas parciales sólo generarán descontento entre la población, sobre todo cuando se vean sus límites. Pero ¿quién va a ser el valiente que se enfrente a los intereses económicos de la oligarquía del transporte urbano? Sólo puede serlo la población en su conjunto, la acción de vecinos, estudiantes y usuarios. Nadie más tiene la fuerza y la necesidad.

miércoles, 6 de enero de 2010

La servidumbre moderna, o compre hoy y deba para siempre

La ideología liberal encuentra cada vez mayores dificultades para persuadir, que no convencer, a la humanidad de que la libertad no puede tener ningún obstáculo, que no debe ser limitada en aras de una mayor igualdad. La libertad de explotar, engañar y robar legalmente es el eje del capitalismo, sin el cual el sistema no podría sostenerse, aunque margine y discrimine a la mayor parte de la humanidad. La libertad de consumir es hoy por hoy uno de los mecanismos más eficaces para sostener el régimen económico. El consumismo es el signo de la servidumbre moderna.

En otros tiempos, no tan lejanos, si una persona quería obtener alguna mercancía estaba obligada a ahorrar, a sacarse la lotería o a cobrar una herencia. La satisfacción de poseerla tenía que ser pospuesta hasta lograr juntar el dinero necesario. En la actualidad la satisfacción es inmediata, sólo con el poder de su firma; otrora privilegio de pocos, el crédito está hoy abierto al que quiera. En centros comerciales no falta el grupo de vendedores que ofrecen tarjetas de crédito sin hacer muchas preguntas, aunque sea evidente que el sujeto de crédito no va a poder pagar.

Las burbujas financieras tan de moda, son producto de la poca capacidad de pago de los deudores, pero que les permiten satisfacer sus deseos en el momento, sin necesidad de someterse a la disciplina del ahorro. La verdad en el fondo de esta práctica, realizada por los supermercados, tiendas departamentales y empresas de todo tipo, está el objetivo de mantener endeudada a la población a sabiendas de que nunca podrán pagar. Al mejor estilo de las haciendas del siglo XIX en México, que aseguraban la servidumbre de sus peones acasillados por medio de deudas impagables, el crédito moderno es un mecanismo de servidumbre que mantiene las grandes tasas de ganancia, aunque de vez en cuando reviente la farsa, pues en ese caso serán los consumidores los que, vía impuestos y deuda pública, pagarán y rescatarán a las empresas en quiebra, ésas que dieron créditos sin ton ni son y a sabiendas del riesgo.

Así que el liberalismo consumista resulta ser el lobo disfrazado de oveja, la mejor manera de seguir centralizando la riqueza a cambio de la ilusión de concretar los deseos y aspiraciones de la inmensa mayoría de la población. Esta práctica no es más que una manera más sutil de mantener el sistema económico al mismo tiempo que refuerza la ideología liberal. De que otra manera podrían explicarse los llenazos de los centros comerciales, en medio de una crisis rampante. La mirada extraviada de los consumidores, el frenesí de comprar y comprar aunque los productos adquiridos sean superfluos y desechables, parece ser la cara de la libertad contemporánea o mejor dicho, de la servidumbre moderna.